47. LA ABUELA DE ROBIN

Me esfuerzo en mantener mi mejor "cara de póker", aunque, para ser sincera, nunca fui buena con esto de las expresiones neutras. La mujer arquea una ceja y sonríe. Esa clase de sonrisa que nunca sabes si es porque le estás cayendo bien o porque está planeando cómo desarmarte en tres pasos sencillos.

—Señora, Robin está en el hospital, ingresado —respondo, ahora más intrigada. ¿Si no vino por la enfermedad de Robin, a qué vino?

—¿En el hospital? ¿Le pasó algo? ¿Sufrió un accidente? —pregunta asustada, poniéndose de pie—. ¡Es mi culpa! ¡Salió de casa tan furioso!

—¡Cálmese! No es nada, es solo agotamiento por el calor —la tranquilizo, haciendo que se siente de nuevo—. Me dijo que manejó seguido catorce horas. Joe, mi asistente, dice que hoy le daban el alta. Puedo llevarla a su casa, si así lo prefiere.

—No es necesario. Me hospedo en mi hotel. ¡Gracias a Dios que no es nada, ese muchacho va a acabar conmigo! —Habla mientras saca un abanico y comienza a moverlo rápidamente frente a el
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