Con un movimiento veloz y lleno de furia, la señora Petrova se dio la vuelta y lo abofeteó.
El hombre, entrenado en la obediencia ciega, no emitió ni un quejido, solo bajó la cabeza, aceptando su castigo.
—¡Inútil! —exclamó la señora con voz temblorosa por la furia contenida—. Tanto tiempo a mi lado y no has aprendido nada. Esa muchacha patética no tiene sangre Petrov. Si cambio mi versión, solo perderé a mi hijo. ¿Piensas que si Mikhail descubre que su padre le dejó todo a esa mujercita patética…? Tengo mucho que proteger, y lo sabes —gritó la mujer.
Mientras tanto, en el auto que avanzaba hacia el hospital, Anna no dejaba de llorar, con la cabeza apoyada en la ventanilla fría.
La furia y la desesperación la consumían, y cada lágrima que caía sentía como si el cielo se derrumbara sobre ella. La idea de ver a su hijo morir la atormentaba, haciendo que el dolor en su pecho se volviera insoportable.
Al llegar a la habitación, encontró a Lucas aún dormido. Se acercó a la cama y lo abraz