—¿No considera usted que, si continúa negándole ese derecho a su hija, lo está haciendo peor? A mi parecer, Irina no la va a dejar de querer, porque ya la ama demasiado siendo simplemente su nana. E imagínese que ella sepa que usted es su madre —dijo, mientras Lucrecia volvía a negar con la cabeza.

—Yo juré no decirle nunca la verdad. Esa fue una de las reglas que tenía que cumplir para quedarme al lado de mi hija. La señora Patricia me hizo prometerle. Pero ahora ese loco sabe que soy su madre y temo que se lo diga.

—¿Miguel? —ella asintió—. ¿Y quién se lo pudo haber dicho a Miguel?

—De seguro la misma señora Patricia. Ella es la que está siempre a su lado —le respondió pensativa.

—Entonces usted no tiene que cumplir nada, porque ella fue la primera en romper la regla. Y será peor que Irina se entere de todo esto por otro lado —agachó la cabeza, y Orlando sintió dudas, así que volvió a preguntar—: ¿Entonces Irina no es hija del señor Gregorio?

—Sí, claro, es su padre. Y de todas las