MATRIMONIO CON LA MAFIA
MATRIMONIO CON LA MAFIA
Por: BELA SWEET
PROLOGO

ALESSANDRO

New York

Respiro entrecortadamente cuando entro en la iglesia a la que he asistido desde que nací.

Me ajusto la chaqueta para que el contorno de mi arma no sea tan visible.

El cura no tiene por qué tenerme miedo, aunque sé que me teme. Todo está listo ahora.

Todo lo que necesito para llevar a cabo el plan de hoy. Solo me queda una última cosa por hacer antes de irme. Mi confesión.

Puede parecer inútil debido a quién y qué soy, pero de todos modos sigo haciendo esto.

Soy el hijo menor de Serg Ferrari, el Pakhan de la Baranov Bratva. Soy su Obshchak, parte de la élite de la hermandad, y mis manos han estado rojas de sangre más veces de las que puedo contar en esta vida. Los hombres como yo no tenemos esperanza, especialmente cuando no tenemos planes de cambiar y volver al camino recto y angosto que debe conducir a una vida eterna bendita en el cielo.

Sólo hay un lugar para un hombre como yo. Sé que mi alma oscura ya está condenada, pero como escapé de mi último encuentro con la muerte y las puertas del infierno se negaron a dejarme entrar, una parte de mí piensa que podría no estar tan condenado como pensaba.

O tal vez es solo que el diablo me escupió de su guarida para hacer una última oferta.

No me importa cómo volví; mi madre y mi hermana no deberían estar del otro lado, y yo no debería estar en el mundo de los vivos.

El plan que busco recrear traerá venganza para aquellos que aún deberían estar vivos.

Mi mirada cae en el Cristo pintado en el cristal a mi izquierda, y la monja que arregla las flores junto al altar me da el mismo asentimiento de bienvenida con el que me saluda cada vez que me ve.

Asiento en respuesta, a pesar de saber en el fondo que probablemente se esté preguntando por qué me molesto. Aprecio la mirada sin prejuicios que me da. Aprecio aún más la simpatía que observo en el fondo de sus ojos por lo que nos pasó a mi familia y a mí.

Por mucho que sepa qué tipo de hombre soy, también sabrá que los monstruos no nacen; se hacen.

Son creados.

La gente los hizo de esa manera.

Algo les sucedió que los empujó al lado oscuro, y la única forma de luchar contra sus demonios es convertirse en un monstruo.

Giro en la esquina de la oficina del padre Gail. Él me está esperando. Dejamos de usar el confesionario hace años. Prefiero mirar a alguien a los ojos y confesar mis pecados que esconderme detrás de una pared.

La puerta ya está abierta. Cuando entro en la habitación, levanta la cabeza canosa y me saluda de esa manera paternal que hacen la mayoría de los sacerdotes.

Para mí, su saludo es siempre más significativo. Cuando me mira, sé que ve todo lo que he vivido, desde el niño hasta el hombre que está delante de él.

—Buenos días, padre —digo, dándole el saludo cortés que no siento.

—Hola, Alessandro. Toma asiento y comienza cuando estés listo.

Me siento en la silla de cuero frente a él y descanso mis manos en el borde de su escritorio.

Al igual que la última vez, miro directamente a sus ojos gris oscuro y me preparo.

Esta confesión va a ser diferente a cualquier otra porque es una declaración de guerra.

—Bendígame, Padre, porque he pecado, y estoy a punto de hacerlo de nuevo…

******

Minerva

La Paz, México

Mi cabeza late como si mil cuchillos estuvieran cortando mi cráneo a la vez.

Sé incluso antes de abrir los ojos que el frío que presiona contra mi mejilla es el suelo. He dormido en el suelo suficientes veces para saber lo que se siente. Lo que no sé, es qué, estoy haciendo en el suelo.

Trato de despertarme, pero la niebla que rodea mi mente cerca mis pensamientos como si me estuviera protegiendo de la verdad. A medida que muevo la cabeza de un lado a otro, el dolor se intensifica y cierro los ojos con más fuerza.

¿Qué diablos me pasó? Estoy herida.

El dolor proviene de un lado de la cara, que se siente entumecida e hinchada, y se extiende por toda la cabeza.

Se siente como... como si alguien me hubiese lastimado.

Como si alguien me hubiese golpeado.

En el instante en que el pensamiento aparece, una oscura sensación de fatalidad se asienta en mi corazón y me indica que me despierte. Me dice que me levante de una m*****a vez porque algo no está bien. Algo más de lo que ya está mal en mi vida.

Cuando abro los ojos, me encuentro con el entorno gris brumoso de donde estoy. Hay un techo oscuro sobre mí, apenas visible en la habitación con poca luz.

¿Habitación?

No, he estado aquí antes. Ésta no es una simple habitación.

Reconocería el techo de la mazmorra debajo de la finca en cualquier lugar. Dormida o despierta.

Contando los surcos en el techo fue como pasé el tiempo cuando Roco me encerró aquí la última vez. Y ese extraño olor a muerte y descomposición que llenaba mis fosas nasales era mi único compañero.

Para mí, siempre olía a final.

Aferrándose al borde de ese olor cruel hay sangre. Cuando muevo mi mano derecha y siento algo pegajoso entre mis dedos y la fría superficie de cemento del suelo, sé que lo que estoy tocando es sangre.

Sangre.

¿De dónde vino?

¿Qué diablos pasó?

¿Por qué estoy de vuelta aquí?

Cometo el error de rodar sobre mi costado. Es entonces cuando me encuentro con la grotesca visión del cuerpo sin cabeza de un hombre tendido a mi lado.

Un grito sale de mi garganta, y otro sigue cuando levanto las manos y veo el charco de sangre rojo oscuro llenando el espacio entre nosotros.

Me incorporo de golpe, mis gritos se vuelven más fuertes cuando examino mi entorno y veo los cuerpos muertos y ensangrentados de los guardias de Roco alineados en el suelo.

En un instante, recuerdo lo que pasó. Recuerdo todo lo que pasó.

Mirar el vestido de novia empapado en sangre moldeado en mi cuerpo confirma las horribles imágenes que tengo ante mí y las que fluyen a través de mi mente como una película en avance rápido.

También sé por la ropa que lleva el hombre a mi lado que se trata de Felipe Naveed. Está vestido con el elegante traje Armani que se suponía que usaría para la boda.

Mientras pienso en el monstruo que fue para mí y en todo lo que me quitó, evoco la imagen del hombre que lo mató.

A Felipe le dispararon primero antes de... esto.

Fue mientras le disparaban cuando salí corriendo y traté de escapar.

Una mano agarra mi pierna, haciéndome saltar y gritar aún más. En la penumbra de la habitación, distingo el rostro de José. Ha sido golpeado... gravemente. Tiene un ojo hinchado y la cara cubierta de moretones y sangre seca.

—Shhhh—tartamudea, golpeando el borde de mi pierna con una mano y colocando un dedo en sus labios con la otra—. Por favor, deja de gritar.

Al ver que sus piernas están encadenadas a la pared, me arrastro hacia él.

—¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Quiénes eran esos hombres?

—Mafiosos rusos. Hombres de la Bratva.

Mi sangre se congela en las venas y empiezo a temblar.

—¿Que quieren? ¿Qué nos van a hacer? ¿Qué…?

Me silencia tomando mi cara entre sus manos temblorosas.

—Mi querida niña, no tenemos mucho tiempo. Necesito que me escuches y hagas exactamente lo que te digo que hagas. ¿Me estás escuchando?

—Sí—respondo rápidamente. La debilidad de mi cuerpo me recuerda cuánto confío en él.

Mientras sus ojos marrones oscuros se fijan en los míos y capto el miedo que rebosa en las profundidades de éstos, el terror que inunda mi alma se convierte en algo que no puedo describir. David Díaz es un hombre afín a mi padre, que nunca le tuvo miedo a nada. Ni siquiera a la muerte.

Era el mejor amigo de papá. Jose siempre me cuidó, mucho antes de que mataran a mi padre. Simplemente me cuidó aún más,

después. Me está dando esa mirada de nuevo que me dice que lo que está a punto de decir es serio, y si no escucho, significa la muerte.

—Creen que eres Ariana—explica en voz baja, apenas por encima de un susurro.

Tomo un respiro.

—¿Qué? ¿Yo?

Aunque nadie fuera de la finca conoce la verdadera identidad de Ariana, no hay forma de que alguien confunda a una humilde campesina como yo con la Princesa del Cártel.

—El vestido de novia. Pensaron que eras Ariana por el vestido

—me explica, y mis ojos se abren como platos cuando realmente caigo en la cuenta—. Es lo único que te mantiene con vida. Necesitas hacerles creer que es verdad.

—¿Dónde está Ariana?

—Muerta—responde él, y mi cerebro se congela. No puedo creer lo que me está diciendo.

Mis labios se abren mientras trato de procesar sus palabras.

—¿Ella está muerta?

—Fue una de las primeras en morir cuando los hombres asaltaron los terrenos y abrieron fuego. Su coche ni siquiera logró cruzar la puerta. Mataron a todos los demás y se llevaron a Roco a alguna parte. —Traga saliva y aprieta su agarre en mi mandíbula—. Mija, debes hacer esto. Todo está fuera de mis manos ahora, y no sé qué harán estos hombres a continuación. Cuando me di cuenta de que su error podría salvarte, confirmé que eras ella. Necesitan a  Ariana para algo, o tú también estarías muerta. Fuera de estos muros, cualquiera que haya visto a Ariana nunca supo que era la hija de Roco. Eso la mantuvo a salvo, y te mantendrá a ti también a salvo ahora. Prométeme que harás esto. Por favor, prométemelo.

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