3. Capítulo: El Engaño

La madre de Erika además de encontrarse estupefacta y furiosa casi se desmaya, sin dar crédito a la humillación que estaba pasando su hija y toda su familia, una locura.

—¡¿Quién eres?! Apestosa, insignificante y ramera mujer —la ofendió después de darle ese golpe, por supuesto la susodicha seguía sin saber que decir, no tenía la culpa de nada solamente estaba siendo utilizada por ese desconocido.

Se sentía una completa tonta por haber accedido a eso aunque no sabía a ciencia cierta en lo que se estaba metiendo y solo entonces se puso al corriente.

¡La fiesta de compromiso era de ese tal Leandro!

El italiano, no creyó que la madre de Erika se atreviera a tanto. Y cuando la mujer volvió a hacer el intento de darle otra cachetada a Milenka, apresó su brazo.

—¡Basta, Paulette! No te atrevas.

Pero ella parecía una serpiente enfadada por lo que estaba ocurriendo, y más por la actitud de Leandro y su insistencia por salvar a la mujer.

Es que no entendía cómo demonios de la noche a la mañana se caían los planes, además de que era muy extraño el hecho de que él tuviera una pareja.

—Me dijiste una vez que amabas a Mila, que no podrías volver a enamorarte, incluso rechazaste casarte con Erika, sin embargo todo ha sido un montaje. ¿No es así? Te apareces con ella y...

Remi, su marido, estaba avergonzado hasta la médula, todas las personas los seguían mirando, sabía que debía pedirle a su esposa que se detuviera, porque no era el lugar para discutirlo.

Milenka quería echar a correr muy lejos, a pesar de no estar encadenada, se sentía atada al suelo, a ese lugar, sobre todo a la compleja y vertiginosa situación que no le pertenecía.

—Cariño no sigas, mejor ve con Erika.

Y es que la hija de los Strousman no soportó más el bochorno y abandonó la zona. Paulette maldijo y fue tras ella con premura.

Renard se acercó a su hijo, mientras que Mariola se encargó de pedirle a los invitados que se fueran y poco a poco el sitio se fue despejando. Sin embargo nada garantizaba que lo ocurrido se quedaría a puerta cerrada, de cualquier forma en un chisme resultaría todo eso, y finalmente se iba a esparcir tan rápido como la pólvora.

—¿Qué haces, eh? ¿¡Qué significa esto, Leandro!? —lo tomó por las solapas de la camisa, mientras aventaba su cuerpo contra la pared y Milenka tras soltarse de su mano, se cubría los labios, temerosa.

Lo que sucedía no era un juego. Era un tema grave que los volvía oponentes.

Leandro seguro de sí mismo, sin titubear, deslizó una sonrisa.

—Esto es lo que realmente hay padre, no me puedo casar con Erika porque espero un hijo.

—¿Qué? Leandro, no me mientas en mi cara, ¡Deja de engañarme en mis propias narices! —escupió enojado, lo asesinaba con la mirada.

Milenka tragó duro.

¿Cómo acabaría todo entre esos dos? La escena solo tenía una pinta mala.

—No sé de qué hablas. ¡Tú y mi madre me han presionado otra vez para que me case por el bienestar de la compañía nada más, pero nunca se han puesto a pensar en mis sentimientos! ¿Esperabas que de verdad tomara por esposa a Erika? —bufó y clavó los ojos en Milenka —. Ella es alguien distinta, y me gusta mucho.

—¿Es decir que lo tuyo con Mila tampoco fue real? Tanto la amabas, sin embargo, ¿has embarazado a otra chica? ¡Maldita sea, Leandro! —exclamó y lo soltó, luego se dirigió a la chica cabizbaja —. ¿Tienes tanta vergüenza que no tienes el valor de mirarme a la cara? ¡¿Quién eres?! Seguramente te has acercado a mi hijo porque sabes que somos adinerados, eres una cazafortunas. ¡Solo buscas dinero!

Milenka apretó los labios y los párpados, no quería romper en llanto pero estaba tan emocional que eso podría pasar en cualquier momento, aún así se esforzó lo que pudo para encapsular tantas emociones a la vez.

—Padre... —gruñó.

—¡Que me mires, maldición! ¿Es por esta cosa desagradable que decides tirar todo por la borda? —lo dijo con desdén, con el desprecio inyectado en la voz que dejó a Milenka fría, aún estática y con el resabio debido a la dureza de sus palabras. ¿La gente rica era toda mordaz? —. No lo puedo creer, debe ser un chiste. Ella en sí, es una broma de mal gusto. ¿Cómo te atreves?

Al ver el acercamiento de su padre a Milenka, se interpuso con rapidez y tomó la mano de la joven asustada. Tensa y a poco de quebrarse, lo supo al instante de coger sus delgados dedos. Podía incluso percibir el temor que rodeaba su sistema.

—Esta es mi decisión... —volvía su madre justo cuando decía eso, anonadada se quedó a escuchar —. No vuelvas a faltarle el respeto, es la madre de mi hijo, es ella a quien elegí. Ya no tengo qué hacer nada aquí. Vamos.

Finalmente salió tirando de la joven y ella en el exterior se soltó de su agarre y luego se dejó caer sobre el camino adoquinado, lloraba desconsolada.

El Italiano supo que llegó muy lejos, que la arrastró a su vida y la enredó en una falacia peligrosa. Y no, no estaba bien con eso.

—Milenka...

—No te me acerques, ¿qué rayos has hecho allí dentro? No sé ni por dónde empezar —lo observó plagada de ira —. Has dicho tantos disparates. ¿Tu pareja, tu bebé y a quien elegiste? ¡No entiendo nada!

—Lo siento, ¿te encuentras bien? —le tendió la mano y ella la rechazó.

Se incorporó sola, acariciando su mejilla.

—¿Sabes qué? Me iré, no hay razón para seguir aquí haciendo el ridículo. ¡Como si no tuviera suficiente con mi vida!

—No, no lo hagas. Apuesto a que has olvidado lo de contarle a tus padres la verdad. ¿Quieres que te señalen? No te verán con malos ojos si me presento como el padre del bebé y tu futuro esposo.

Ella boqueó como pez fuera de su hábitat. Él iba en serio con todo eso.

—¿A dónde quieres llegar? Yo...

—¿Tenemos un trato? Un acuerdo que nos beneficia a los dos, Milenka.

Era cierto que sus padres la iban a apuntar con enojo, que se sentirían decepcionados y quién sabe qué medidas drásticas tomarían si se presentaba con un test positivo, más lo análisis que confirmaban el embrollo y terminara emitiendo que el papá de su bebé la engañó y le pidió que abortara.

Entonces conectó con aquel par de ojos verdes aceitunas.

Su salida...

Su salvación...

—Tengo condiciones.

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