Ian se adelantó y le dejó en los labios un beso fugaz con tanta naturalidad que ella no pudo reaccionar, anonadada. Solo cerró la puerta tras él y lo miró inspeccionar sonriente el diminuto apartamento que acababa de rentar, mientras la dejaba continuar con su incómoda conversación telefónica.
La historia de Johan sonaba cada vez más inverosímil, y unas veces Lía abría los ojos como platos, otras apretaba los labios y otras sonreía con incredulidad. Pero no dejaba de observar al hombre que paseaba por el sal&