Mundo ficciónIniciar sesiónNARRADO POR RONAN
La palabra “Traición” todavía sangra en la sábana cuando doy un paso hacia ella. No hablo. No respiro. No pienso. Solo observo cómo Liora baja la mano, exhausta, como si ese trazo le hubiera arrancado parte del alma. Maeve me toca el brazo, apenas un roce. —No la presiones —susurra—. Está… en un punto delicado. Delicado. No. Esto no es delicado. Esto es una herida abierta que lleva sangrando diez años. Me arrodillo frente a la cama, despacio, como si me acercara a un animal herido que podría romperse con un gesto brusco. —Liora —digo bajo, mi voz casi un temblor—. No tienes que escribir más si no quieres. Solo… mírame. Ella me mira. Esos ojos turquesa se clavan en mí con una mezcla extraña: miedo, sí. Pero también una chispa tenue, casi infantil, como si buscara un punto seguro donde poner los pies. Y me escoge a mí. No sé qué demonios hacer con eso. Maeve se retira unos pasos, dándonos espacio. Y yo tomo aire antes de hablar de nuevo. —¿Puedo sentarme contigo? Ella parpadea. Una vez. Dos. Luego, muy despacio, mueve la cabeza. Subo a la cama. Liora retrocede un poco… pero no huye. No se esconde. No se protege con los brazos. Solo me observa. Y cuando extiendo la mano —sin tocarla, solo ofreciéndola— la suya tiembla… pero se acerca. Apenas un roce. Punta de dedos contra punta de dedos. Y ese contacto… Ese mínimo, frágil contacto… es como si Barack inhalara fuego. «Abrázala», ruge mi lobo. «Aplasta todo lo que le hizo daño.» Trago un gruñido. —Liora… —susurro— ¿puedo…? No termino. No hace falta. Ella se mueve primero. Muy despacio, como si el aire fuese vidrio. Desliza su pequeño cuerpo hacia mí y apoya la frente en mi pecho. Sus dedos se aferran a mi camisa como si temiera que me desvaneciera. Y yo… Yo la rodeo con ambos brazos. Con una suavidad que no sabía que existía en mí. Liora se derrumba sin hacer un sonido. Respira rápido, entrecortado, pero no llora. No tiembla. Se calma. Completamente. Como si mi abrazo fuera un antídoto, una llave, una memoria antigua que su cuerpo reconoce antes que su mente. Maeve observa, y su expresión lo dice todo: Esto no es normal. No con una omega traumatizada. No con alguien que ha olvidado gran parte de su vida. Pero ahora no importa. Ahora solo existe ella, diminuta y agotada en mis brazos, respirando contra mí. —Estás a salvo —murmuro sin pensarlo—. Te lo juro. No voy a dejar que nadie vuelva a tocarte. Sus dedos se aprietan un poco más. La sostengo ahí el tiempo que necesite. Minutos. Horas. No lo sé. El mundo se vuelve simple: su peso, su calor, su silencio. Cuando al fin se relaja del todo, su cuerpo queda blando como un susurro y sé que se durmió de nuevo. Maeve vuelve a acercarse. —Ronan —dice bajo—, cuando despiertes podrías… intentar que escriba más. Lo que recuerde. No importa si son fragmentos. Cualquier detalle puede ayudarnos a entender qué pasó con su familia. Mi pecho se tensa. Familia. Pasado. Dolor enterrado. Y esa palabra que escribió arde como una marca: Traición. Asiento sin soltarla. —Cuando despierte —prometo. Maeve deja sobre la mesa una nueva libreta y un lápiz. Y antes de salir, añade: —Dijo otro nombre cuando estaba entrando en crisis, muy bajito. No sé si lo imaginé… pero creo que murmuró Elara. La habitación se queda en silencio. Yo cierro los ojos. Elara. Quienquiera que haya sido… debió de ser importante. Lo suficiente como para que su recuerdo rasgue diez años de oscuridad. Acaricio, sin tocar realmente, la coronilla de Liora. —Vamos paso por paso, pequeña —susurro—. Cuando estés lista… me lo dirás. Barack exhala hondo dentro de mí. Y por primera vez, lo siento: algo en ella nos eligió mucho antes de que tuviéramos oportunidad de entenderlo.






