—¡Esto te enseñará a no escaparte! ¡¿Cómo puedes ser tan irresponsable?!
Como cualquier niño, Juan rompió a llorar al recibir los azotes.
José bajó del coche y sujetó a Andrea.
—Señorita Castro, cálmese. Es solo un niño.
Andrea respiraba agitadamente, furiosa:
—¿Cuántas veces te he dicho que no puedes comer dulces ni pasteles de fuera?
Juan pataleaba, mirándola desafiante entre lágrimas:
—¡Comeré lo que quiera! ¡¿Por qué solo puedo comer lo que tú haces?!
—¡Porque eres alérgico a la leche! ¡Los pasteles que te hago no llevan leche!
Juan se limpió las lágrimas con terquedad:
—¡Ya no eres mi madre, no te metas en mi vida!
En realidad, Andrea no disfrutaba cocinando, y menos preparando postres complicados. Pero había aprendido específicamente por la alergia de Juan y su amor por los dulces. Todo para que pudiera disfrutar de postres sin riesgo.
Contenida por José, Andrea se calmó un poco. Mirando a Juan gritarle con tanta rabia, solo pudo reír amargamente.
—Juan, recuerda esto: será la úl