**Parte I. Iris en el laboratorio**

El frío era distinto dentro de aquel lugar. No era el frío natural del invierno francés que se filtraba por las paredes, sino un frío controlado, artificial, que se respiraba como parte del ambiente. Las luces blancas colgaban del techo, sin piedad, iluminando cada rincón metálico, cada camilla, cada estante repleto de instrumentos quirúrgicos alineados con precisión quirúrgica. No había ventanas. Solo paredes grises y cerradas, un universo hermético diseñado para borrar toda huella de humanidad.

Iris estaba sentada en una camilla de acero, con las muñecas atadas por correas de cuero. La piel le ardía en los puntos de presión, y cada movimiento, por pequeño que fuera, hacía que las hebillas se clavaran con más fuerza. Un zumbido constante provenía de una máquina que no entendía: un monitor que registraba sus signos vitales. Cada pitido marcaba el pulso acelerado de su corazón, como un tambor de guerra que la delataba.

Frente a ella, un hombre de bat