La voz era tierna y suave. Delicada y firme. Sabía a quién le pertenecía, incluso cuando no lograba verla. La había escuchado en mis sueños, en mis recuerdos. La escuchaba cuando me sentía perdida, como si sus susurros se hubieran quedad impregnados en mi mente.
Lilith me sonrió, justo antes de realizar algo con sus manos, permitiéndome ver a mi madre.
Llevaba un vestido largo, del más puro blanco. Sus ojos eran azules, tan diferentes a los míos, sin embargo, su cabello castaño, sus labios y su nariz me fueron heredadas.
No pude evitar correr directo hacia sus brazos, llorando.
Estaba frente a mi madre. Algo que siempre quise y que nunca creí que fuera posible. Su cuerpo se sintió cálido, lleno de vida. Disfruté de su calor y de su olor, de sus brazos rodeando mi cuerpo como si quisieran mantenerme a salvo.
Las personas tenían razón. No existían mejores abrazos que los de mamá.
—Mi dulce niña —me recibió con una gran sonrisa.
Era cálida, contrario a lo que esperaba. Incluso podía escu