Estando en el bosque, se bajó, amarró a Centauro a un árbol y se acercó al río que
estaba a unos metros. Tomó un momento para respirar y ver el paisaje, lanzó piedras al río, se quitó su capa y la lanzó al suelo mientras veía al cielo, esperando que su padre estuviera allí para aconsejarle qué hacer. Se sentía muy vulnerable de nuevo y el cielo contemplaba su fragilidad, lo quebrantable y débil que podía ser; se dejaba ver desnudo por lo divino que existía en algún lugar de aquel grisáceo cielo ¿A quién podría gritarle sus penas si insistía en no creer en algún Dios? ¿Cómo reclamar algo si no tenía a quien? Solo veía su propio reflejo meneándose sobre el agua, y podía distinguir que, ése que contemplaba en el agua era el verdadero Doménico. En ese segundo, volvió a levantar su mirada al cielo y entre súplicas exclamaba: ¡Oh, Dios, que de mi memoria he decidido borrar, que de mi vida he decidido apartar, dame una señal y dime por qué te llevaste a mi padre! ¡Dime qué debo hacer para calmar mi sufrimiento y sequedad! ¡Si de verdad existes y estás allí, dame una señal de ese infinito poder y calma mi tempestad! Y justo en ese instante, a su rostro comenzaron a caer gotas de lluvia, que se hacían más fuertes a cada segundo. Doménico bajó con lentitud su cara mientras apuñaba la tierra con brusquedad. Luego se levantó, caminó poco a poco por el barro que ya le impedía caminar; hasta que se acordó de su capa, se devolvió a buscarla; pero la brisa la había arrastrado hasta el agua. Él tomó rápidamente una rama cercana y se alzó para rescatar su capa, y no pasaron segundos cuando torpemente cayó al río. Comenzó a nadar y patalear, pero el río se estaba embraveciendo por el viento y la lluvia; nadaba con fuerza hacia la orilla, pero fue golpeado por un tronco que la corriente traía con fuerza. Se desmayó y es llevado por la corriente, hasta llegar unos cuantos metros más adelante y terminar en la orilla. En ese momento, es rescatado por alguien que vestía una túnica con capucha, e impedía que se le viera el rostro. Aquella persona tomó al Rey Doménico y lo llevó de nuevo hasta donde se encontraba Centauro, su caballo, quien pataleaba del susto por la lluvia y los truenos. Doménico aún estaba desmayado; la persona anónima le toma el rostro, lo ve fijamente y tomándole la mano fuerte se levantó y se fue lentamente. Pasaron unos minutos cuando por fin Doménico decide despertar, abre sus ojos, empapado de la lluvia que caía y con Centauro lamiéndole el cachete. Decide tomar fuerzas y levantarse lentamente, le duele fuertemente la cabeza, se toca la frente y nota que tiene sangre. Ve a todos lados un tanto confundido, recuerda el suceso de la capa y la caída al río con el golpe del tronco; pero no recuerda cómo llegó hasta allí nuevamente. Se asusta un poco, escucha voces y murmullo de gente gritando, se agarra la cabeza con sus manos del dolor, la lluvia le impedía ver bien. Vuelve a escuchar voces y sonidos extraños, se le acelera el corazón mientras nota que dos hombres y con antorchas se acercan hacia él gritando. ¡Es él, es él! Grita uno de ellos. Creo que no Bertrand; además, no tiene su capa Responde el otro hombre mientras se acerca a socorrer a Doménico. Ayúdenme, por favor, me siento muy mal. Soy el Rey Doménico D’Luca… Exclamaba el Rey Doménico adolorido. Los hombres se vieron asintiendo. Te dije que sí era, Horacio; es el Rey Expresa Bertrand a Horacio. Ellos le hacen reverencia al Rey Doménico a la par y lo ayudan a levantarse, y Doménico sin fuerzas cae de nuevo desmayado en los brazos de aquellos hombres. Horacio y Bertrand eran trabajadores del negocio de la madera del castillo en el bosque; sembraban y talaban árboles para su venta y producción artesanal en el pueblo. Bertrand viendo que tenían al propio Rey en sus manos comenzó a darle vueltas en su cabeza a una idea de la que muchos en el reino disfrutarían saber: La muerte del Rey Doménico; puesto que era odiado por casi todos desde que cambió repentinamente. Horacio y Bertrand se veían, estaban algo nerviosos. Bertrand estaba excitado con la idea de secuestrar al Rey y luego pedir una recompensa por él, era una idea jugosa que le habían pedido realizar; pero de la que Horacio no sabía en lo absoluto. No Bertrand, estás loco. Si luego nos descubren, imagínate qué no harían con nosotros… Eso sería la muerte segura Explicaba Horacio nervioso y con sigilo. La lluvia ya estaba cesando. ¡No seas cobarde hombre! Nadie se enterará Respondía Bertrand animado. Sus ojos estaban exaltados mientras veía al Rey quien se encontraba aún tirado en el suelo. Es que no se Bertrand… Además ¿Dónde lo vamos a ocultar? Pregunta Horacio. Por eso no hay problema, yo tengo un sitio perfecto… la cabaña escondida en el bosque; allí nadie podrá encontrarlo Horacio lo pensó por unos segundos, y luego accedió; también le comenzaba a animar la idea de la recompensa. …Está bien; pero hay que apresurarnos, recuerda que ya lo andan buscando. Todos los guardias del castillo andan en su búsqueda Contesta Horacio. Juntos tomaron al Rey Doménico como rehén, lo amarraron y lo llevaron en sus hombros mientras se taparon sus rostros para no ser reconocidos. Centauro se quedó allí, en la soledad del bosque y el cielo trayendo la oscuridad de la noche. Muchos de los guardias llegaron hasta el sitio donde se encontraba Doménico junto al río; pero ya era tarde. ¡Allí está su caballo! ¡Alertas! Debe estar cerca Gritó Basilio, el General mayor de la guardia real. ¡Aquí está su capa, señor; pero no está por ningún lado respondió uno de los guardias con la capa de Doménico toda llena de barro. ¡Pues hay que encontrarlo! ¡Es nuestro Rey! ¡Y si no lo hayamos, sus cabezas junto a la mía estarán adornando la plaza de Fabrizzia al amanecer! ¡Así que, vamos! Gritaba histérico el General Basilio desde su caballo; sabía que no encontrar al Rey le traería consecuencias fuertes. *** En el castillo, el ambiente estaba rígido y tenso. La Reina Giorgina se encontraba en la sala central junto a la chimenea, viendo el cuadro del difunto Rey Esteban que adornaba la habitación. La princesa Angella estaba sentada junto a Lord Evan en uno de los muebles, también estaba preocupada; pero parecía tranquila. De pronto, sonaron las puertas del castillo y apareció el General Basilio; su rostro pernoctaba mucho nerviosismo y preocupación. La Reina Giorgina y la princesa se acercaron rápidamente. ¡Dígame que lo encontraron! Exclamó la Reina esperanzada. El General Basilio traga saliva, no sabe cómo expresar que no pudieron encontrar al Rey. Respira profundo. ¡Hable Basilio! ¡¿Dónde está mi hijo Doménico?! Insistía la Reina elevando el tono de voz y más preocupada aún. …No lo encontramos, alteza, perdone Dice el General casi balbuceando y tenso. La Reina se tapa la boca con su mano, se le aguan los ojos. Luego se le acerca lentamente al General y le interroga: ¿Cómo no pudieron encontrar al Rey, Basilio? ¿Tantos guardias para qué entonces? ¿Buscaron bien, debajo de las piedras, en los árboles, en el bosque…? Sí, alteza, su capa y su caballo Centauro lo encontramos en el bosque junto al río, buscamos bien por todos lados; pero no lo hayamos Trata de explicar Basilio Estaba pensando que… mañana temprano podíamos… Intenta sugerir hasta que es interrumpido por la Reina: ¿Mañana? ¿Pensaba mañana ir a buscarlo?... Ríe sarcásticamente y luego agrega: ¿Y mientras tanto qué? ¿Dormimos tranquilos como si nada estuviese pasando? ¡¿Qué le pasa Basilio?! ¿Dónde está la lealtad a su Rey y a su reino? ¿Quiere que su cabeza adorne la plaza de Fabrizzia esta misma noche? La Reina estaba histérica, y la princesa Angella intentaba calmarla. El General baja la mirada un momento y luego agrega: Es cierto, alteza, perdone, no sé en qué estaba pensando… Ahora mismo despliego las tropas para buscar de nuevo por todos lados al Rey Doménico; y le prometo que no descansaré hasta encontrarlo. Se lo juro por esta cruz Dice en juramento mientras besa una cruz hecha con sus dedos Muy bien, Basilio; entonces no espere más. Vaya y encuentre al Rey Doménico, así sea de casa en casa o piedra por piedra Concluye La Reina mientras es abrazada por Angella. El General Basilio le hace una reverencia y se retira rápidamente de la sala. *** En la cabaña del bosque, Horacio y Bertrand tenían a Doménico amarrado con los ojos vendados, pensando cómo harían para llevar la información al castillo de la recompensa por la captura del Rey. Horacio, volvía a sentir miedo por lo que hacían, era más cobarde; pero Bertrand, que estaba seguro de lo que quería hacer insistía en quedarse quieto. Horacio miraba a cada segundo por la ventana por si venía alguien. ¿Puedes dejar de hacer eso? Le dice Bertrand a Horacio Vas a hacer que me ponga nervioso Agrega mientras se sirve un trago de sangría. Oye Bertrand, ¿Y cómo haremos entonces para hacer llegar la nota al castillo? Pregunta Horacio, también sirviéndose un poco de sangría. Pues no sé, estoy pensando, pero el ruido de esos lobos no me deja Contesta Bertrand. Toma un trago de sangría. El Rey Doménico comienza a despertar, aún le duele la cabeza, se siente confundido, tiene los ojos vendados y empieza a preocuparse. ¡Ayuda! ¡Auxilio! ¿Quién está allí? No sé dónde estoy… Gritaba Doménico muy alterado. En seguida, Bertrand toma una espada que tenía en la cabaña y apunta a Doménico en el pecho. El se asusta y comienza a preguntar dónde está. ¡Cállate! Si no quieres que esta espada atraviese tu pecho Le amenaza Bertrand. Horacio veía asustado. ¿Quién es usted? ¿Acaso no sabe quién soy? Soy el Rey Doménico D’Luca, y le ordeno que me suelte si no quiere ir a las mazmorras Las mazmorras… Repite Bertrand riendo ¿Allí es donde encierras a todos tus prisioneros inocentes? Comienza a interrogarlo ¿En serio te crees un verdadero Rey? Creo que eso no es lo que haría un honorable Rey… Dime ¿Por qué Fabrizzia ya no exporta su madera como antes? ¿Por qué a los comerciantes ya no les llegan sus productos importados como antes? Dime… ¡Con el Rey Esteban todo era diferente! ¡Cállate! ¡No nombres a mi padre! El resto no te importa, ahora el Rey soy yo, y me vale un corcho lo que tú y cualquier otro piense de mi Responde Doménico muy alterado, su respiración estaba acelerándose cada vez más y su cabeza estaba que estallaba. Bertrand, está herido, mejor dejémoslo que descanse. Igual… lo queremos vivo ¿No es así? Pregunta Horacio metiéndose en la conversación. El también siente disgusto por el Rey; pero a comparación de Bertrand, su corazón es bueno. Bueno, ya, está bien. Dejemos en paz a ‘su majestad’ Expresa Bertrand con burla y dejando la espada en la mesa cercana. Doménico insistía en que lo soltaran, estaba exhausto, sediento y con hambre; pero las ganas de vengarse de los que lo tenían allí amarrado no disminuían. En ese momento, Bertrand decide encender la chimenea para calentarse un poco, mientras que Horacio contemplaba a Doménico, maquinando cosas en su cabeza. Bertrand enciende la chimenea y le dice a Horacio: Iré al baño, tú cuida de él Y sube las escaleras. Horacio veía a todos lados, estaba como paralizado sin saber qué hacer. ¿Qué harás? ¿Me mataras ahora? ¿Por qué no me quitas la venda de los ojos y me miras a la cara, imbécil? Amenazaba Doménico mientras se movía de la silla tratando de soltarse. Horacio se le acerca de frente, y sigilosamente le dice: Le quitaré las vendas, pero por favor haga silencio, creo que puedo ayudarlo… Doménico da una carcajada burlona. ¿Ayudarme, tú? No sabía que ahora los asesinos secuestran a sus víctimas para luego decirles que lo ayudaran. Eso es estúpido Aclara Doménico con risas Hablo en serio, majestad, puedo ayudarlo a salir de aquí, me siento mal haciendo esto y creo que lo justo será que lo libere; a pesar de que no me… Explica Horacio haciendo una pequeña pausa. ¿De que no te qué? ¡Habla! Pregunta Doménico en imperativo. Eh… pues… que no esté tan en acuerdo con usted, con todo el respeto que se merece; pero… Sigue explicando Horacio, un tanto asustado y viendo a todos lados. ¿Pero qué? ¡Habla! Te lo ordeno Horacio piensa un instante, hace una breve pausa, y luego se acerca a Doménico y le retira la venda de los ojos dejando en descubierto su identidad. Siente un poco de vergüenza. Doménico abre bien los ojos y lo visualiza fijamente. Majestad, creo que las cosas realmente no andan bien en el reino desde hace un tiempo… Creo que… debería reflexionar mucho sobre lo que está sucediendo si de verdad ama este reino que le ha dejado su padre, el difunto Rey Esteban, que en paz descanse… Intenta aclararle Horacio al Rey con respeto y serenidad. Doménico frunce el ceño y no emite palabra alguna por primera vez. …Si de verdad quiere ser Rey, debe hacerlo bien, porque creo que las cosas que se hacen con odio y maldad, al final terminan destruyendo todo… hasta su vida. ¡Siempre hay tiempo para cambiar las cosas y hacerlas mejor! Como yo ahora Concluye Horacio cabizbajo. A Doménico se le acelera el corazón, ve a Horacio de arriba a abajo, traga saliva y le dice: Entonces, si de verdad me estás hablando en serio, suéltame y déjame libre Yo lo puedo hacer, majestad Dice Horacio Pero con la certeza de dos cosas: uno, que me dejará ir y me absolverá de mis delitos; y dos, que interiorice muy bien lo que le he dicho. Doménico lo ve fijamente, reflexiona, suspira y le responde con claridad: Te doy mi palabra como Rey Horacio se aproxima al espaldar de la silla, y trata de desamarrarlo; pero cuando casi terminaba, se escuchó a lo lejos la voz de Bertrand que bajaba las escaleras furioso: ¡¿Pero-pero qué estás haciendo inútil?! Discúlpame Bertrand; pero creo que es lo mejor, tu y yo no somos ningunos asesinos ni ladrones Exclama Horacio decidido. ¡Al carajo con eso Horacio! ¡Eres un estúpido! ¿Y ahora qué? ¿Lo dejaras libre para que nos capturen a los dos como unos imbéciles? Grita Bertrand molesto. Sus ojos parecen salirse de su órbita. ¡Eso es lo menos que te mereces, idiota! Repuso Doménico viendo a su otro secuestrador a los ojos. Pues yo no lo permitiré Agrega Bertrand sacando otra espada afilada que colgaba de la pared, apuntando a Doménico y a Horacio. Horacio no se quedó de brazos cruzados, y tomando la espada de la mesa apuntó también a Bertrand. ¡Con que quieres pelear, pues adelante! Sentenció Bertrand a Horacio; y comenzaron a lanzar espadazos por todos lados. Los dos, por su oficio de leñadores, manejaban la espada con buena empatía. Bertrand atacaba y Horacio se defendía. Bertrand lanzó un poderoso espadazo contra Horacio dejándolo tirado en el suelo; pero Horacio no desistía. Y mientras luchaban por toda la sala, se escuchaba a lo lejos las voces de los soldados del castillo que se aproximaban. Bertrand asustado decidió acabar de una vez por todas con los dos; lanzaba espadazos y le profería maldiciones a ambos. Horacio cubría al Rey. Bertrand arrojó otro espadazo dejando herido en un brazo a Horacio quien dejaba caer su espada al suelo; Bertrand se acercaba con paso firme apuntando a Horacio. ¿Y ahora qué Horacio? ¿Es todo lo que tienes? Amenazaba Bertrand entre carcajadas. Horacio retrocedía en el suelo con dolor, y Bertrand lo apuntaba con la espada; hasta que siente un gran golpe de un sillazo en la espalda arrojada por Doménico, quien se había desatado gloriosamente. Doménico toma rápidamente la espada del suelo y luchaba fuertemente con Bertrand, que adolorido ya no tenía resistencia para seguir; al final dio un último espadazo a Doménico haciendo que se lanzara al suelo para esquivarlo. Fue en ese momento en que Bertrand aprovechó para tomar una garrafa de combustible que estaba en una despensa y empezó a esparcirla por todos lados frenéticamente. ¿Qué haces? ¿Quieres que muramos los tres aquí, idiota? ¿Qué te pasa? Gritaba Doménico en el suelo junto a Horacio; los dos débiles y sin fuerzas. Pues se equivocan, aquí los únicos muertos que habrán son ustedes dos Decía Bertrand a carcajadas Adiós Agregó mientras tiraba una de las antorchas que estaban en la pared y huyendo hacia la oscuridad del bosque. La cabaña comenzó a arder en llamas. Doménico y Horacio no tenían fuerzas ni para levantarse. Horacio intentaba alzarse adolorido para apoyar a Doménico en su cuello y poder salir rápido; pero era inútil. Doménico estaba tirado en el suelo, ya exhausto, solo pudo ver borrosamente a unos hombres entrando por la puerta mientras sus ojos se le fueron cerrando poco a poco.