—Sí, Alfa. Haré lo que usted me diga. Solo tiene que darme las instrucciones —dijo de forma sumisa. Tenía que jugar bien su papel. Cuando Dayleen aceptó su propuesta, Xavier sonrió complacido. Como si supiera que ella aceptaría sin dudarlo. Su corazón palpito con ansiedad. ¿Qué otras cosas tenía planeado ese hombre? —Partiras en tres días —dijo el Alfa, sin rodeos, cruzando una linea de agua en el tronco del árbol para acercarse más a ella—. Debo buscar aliados en los reinos del este. La tensión con Fuego va a escalar. Y no puedo confiar solo en mi poder. Así que irás en mi representación con unos cuantos soldados, puede ponerse algo difícil esa visita. Dayleen frunció el ceño. ¿No confiaba en su poder? Por lo que podía sentir, la manada de agua resumaba un poder inmenso. Estar ahí era sentir vibrar el agua misma por su piel y sus sentidos, se sentía mejor ahí, más fuerte. ¿Realmente eran vulnerables, o le estaba ocultando algo? No quería emprender una misión sin tener el panoram
La mañana recibió a la manada del Agua con un aire gélido que parecía morder la piel. Y al anochecer las cosas no mejoraron del todo, ni siquiera la fauna nocturna hacia ruido.... parecían contener el aliento.El centro de ceremonias del Agua estaba decorado con guirnaldas flotantes hechas de lirios y piedras lunares. Aquella noche sería la celebración en honor a la nueva Luna de la manada de Fuego: Aria.Pero el corazón de Sebastián no estaba con ella.Aunque sabía que será considerado traición si se apartaba del lugar donde sería la celebración, no pudo evitarlo. Tendría que recurrir a sucios trucos para buscarla.Mientras los festejos se preparaban al otro lado del territorio, Sebastián se escabulló de la caravana. Su respiración era irregular, su lobo, Zeque, lo arrastraba con ansiedad en dirección al bosque espeso. Sentía algo. Sentía a ella.«No está lejos… está viva. Está con otro», reveló su lobo.—Maldita mujer —masculló, ocultando su esencia mientras se adentraba en la zona
Xavier se internó en la espesura, con los sentidos despiertos y la energía fluyendo en torno a su piel. El bosque estaba en silencio, más de lo habitual, como si hasta los árboles contuvieran el aliento. Algo había estado allí, lo sentía… pero no quedaban rastros. Frunció el ceño. Se agachó junto a un arbusto y tocó la tierra, donde definitivamente habían marcadas de pisadas recientes. El aire olía distinto, había una estela de rabia alrededor. Cerró los ojos, tratando de averiguar más sobre el aroma pero lentamente comenzaba a desaparecer el rastro. «Si alguien estuvo aquí, ya se fue. No hay peligro. Pero debemos poner más vigilancia, no deberían llegar hasta la mansión», sugirió su lobo, Drax. Asintió. —Seria una tontería armar un alboroto sin pruebas. Dejaremos pasar esto como una confusión, quizás se dió cuenta de su error y dió marcha atrás —respondió—. O consiguió lo que buscaba y decidió esperar. Debería... Apretó los dientes. Justo cuando se preparaba para seguir el ra
El bosque se cerraba sobre ellos como una caverna, estaban tan frondosos que casi no permitían la entrada del sol entre sus copas.Con cada paso que daba la pequeña manada, el escudo líquido se movía con ellos, como si el agua los protegiera del mundo exterior... o de algo más oscuro. El silencio era pesado, las ramas crujían bajo sus botas como huesos quebrados, y el viento arrastraba murmullos que parecían advertencias.Hacia mucho frío. Y ella no era una loba completa, así que tenía que soportar el clima aunque a los demás seguramente no les afectaba tanto.Dayleen no podía evitar mirar sobre su hombro una y otra vez. Algo se sentía mal. No dejaba de sentirse observada, pero al mirar no había nada.—Estamos cerca de las montañas místicas —anunció uno de los soldados, observando el mapa grabado en piel de lobo—. Si tomamos este sendero, deberíamos llegar en tres días.Las montañas místicas se llamaban así porque tenía alguna clase de magia o ilusión que te hacía perderte en el camin
El aire cambió. Dayleen lo sintió al instante. Era denso, cargado de una energía antigua que no podía describirse con palabras. Frente a ella se alzaban las Montañas Místicas, la frontera viviente de la manada de Tierra. Un muro natural y silencioso que no necesitaba advertencias: quien no tenía una mente fuerte, no podía cruzarlo.—Hemos llegado —anunció uno de los soldados, con voz baja, reverente—. Aquí es donde la Tierra decide quién puede avanzar.Las leyendas hablaban de aquellos que intentaron cruzarlas sin una mente firme: guerreros que enloquecieron, se atacaron entre sí o simplemente se desvanecieron en la niebla sin dejar rastro.Dayleen tragó saliva. El cansancio en sus huesos le pesaba más que nunca. El embarazo, aún no revelado, ya comenzaba a pasar factura. Pero no podía permitirse flaquear.—¿Estás lista? —preguntó Annika, mirándola con una mezcla de ansiedad y fe.—Nunca lo estoy, pero aquí estamos —respondió con una leve sonrisa. Y dio el primer paso.El mundo cambi
Llegaron al núcleo de la manada de Tierra al amanecer. Nadie los esperaba con honores, ni un cálido recibimiento. La guardia los escoltó en silencio hasta las cabañas para visitantes, después de anunciar que el Alfa Tauriel los recibiría al anochecer. Hasta entonces, no debían salir de la zona designada.Todos suspiraron agradecidos, necesitaban descansar antes de embarcarse en otra misión, como la de mediadores del Alfa Xavier.—¿Qué hacen? —preguntó Dayleen al ver a los otros lobos recogiendo hojas del suelo como si se tratara de oro.—Se preparan para el otoño —respondió Annika—. Las hojas caídas deben mezclarse con sangre de la manada y colocarse en orbes. Eso forma un escudo alrededor de los árboles. Cuando pierden sus hojas, su protección natural también desaparece.Dayleen se apoyó contra la pared. El dolor en su pecho crecía. Su vientre se endurecía de vez en cuando, un tirón sordo y constante. No necesitaba pensar mucho para saberlo. Se trataba de Sebastián. Estaba con ella o
Dayleen volvió a la cabaña con la cabeza baja después de su charla con el Alfa Tauriel, que no duró mucho; él le dijo que solo fuera sincera en la reunión porque ellos sabrían si les miente. No lloraba. No temblaba. Pero por dentro, todo era un caos. Annika se levantó al verla entrar, visiblemente arrepentida. Dio un paso hacia ella, pero Dayleen la ignoró, no quería hablar en ese momento si volverían a retomar su horrible sugerencia. Cerró la puerta sin decir una palabra y fue directo al rincón donde dormía, necesitaba descansar un rato. —Lo siento —dijo Annika en voz baja—. No quise sonar cruel. Sabes que soy tu amiga, jamás haría nada en contra tuya. Dayleen no respondió. Acarició su vientre con una mano temblorosa, dentro de su corazón había sabido que no hubo malas intenciones en sus palabras, pero la sola idea de dañar a sus cachorros le haría profundamente. —Solo pensé que… tú… no los ibas a querer. Pensé que no podrías, después de lo que te hizo. Después de lo que Sebast
Dayleen estaba de rodillas en el suelo, las esposas rúnicas ardían contra su piel, como si juzgaran su alma con cada segundo que pasaba. Aun así, levantó la cabeza, miró directo al Alfa Tauriel y a los ancianos, con los ojos llenos de rabia contenida.—Nací en la manada de Fuego como hija ilegítima de una Omega, una guerrera que peleó valientemente en las Batallas de Nolor hace quince años, por las que logramos desterrar a los pícaros de toda Aryndell hacia las fronteras. Y aún así con gran hazaña, acabo relegada a ser parte de la muchedumbre por embarazarse de alguien que no era del Fuego —dijo con asco—. Mi madre me crió sola, escondiendo el nombre de mi padre por miedo a lo que me harían si supieran. Durante años creí que había muerto en batalla, pero ahora sé que fue parte de algo más grande. Un secreto que ella protegió hasta su muerteUna de las ancianas, la de ojos de tierra húmeda, ladeó el rostro con curiosidad.—¿Cómo murió tu madre?Dayleen cerró los ojos por un segundo, pe