Otto irrumpió en la cabaña abandonada, la madera rechinó bajo su peso con un sonido que parecía un grito lastimero en medio de la noche oscura, su corazón latía frenético, no solo por el esfuerzo de la carrera, sino también por el miedo que le atenazaba al mirar a Alana desfallecida en sus brazos, con sus labios tan azules que casi eran negros, y sin perder tiempo la depositó en la cama con suma delicadeza, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romperla, sus ojos azules, recorrieron el rostro pálido de la joven, la forma en que los mechones de cabello cobrizo que caían como un halo desordenado sobre las mantas ajadas, y el temblor de su cuerpo que no cesaba, dejándole en claro que por más que al fin estaban bajo un techo que los protegiera de la nieve que fuera caía, el peligro para Alana no había acabado, pues la cabaña estaba helada y no había leña para encender la chimenea, además el aire frío se colaba por cada grieta de las paredes, mordiendo la piel desnuda de