Érase una vez, una maravillosa región llamada Évrima. Allí habitaban las criaturas más hermosas y bondadosas de todo Hadima. Ellas vivían en armonía junto a sus amos: los omorfianos.
Los omorfianos eran seres hermosos, bondadosos y muy sensibles. Tenían el poder de controlar la naturaleza, de acuerdo al don que se les había concedido, asimismo, su belleza les era un arma de encantamiento para usarlas a su favor.
—Eso suena genial, mami. Yo quiero tener el poder de controlar el agua. ¿Puedo ser una omorfiana?
—Pequeña, mejor sé una pueblerina común y corriente. Haz de cuenta que esos seres solo son una leyenda, ¿sí?
—Sí... mami... Qué... hermosa... te ves...
***
—¡Llévame a mi casa, por favor! No me siento bien...
No entiendo a este chico. Me tiene retenida en este teatro y se rehúsa en llevarme a casa. Esto me pasa por coqueta; no debí aceptar salir con Arel, su comportamiento no es normal.
—Vamos. —Mira al cielo con nerviosismo. Me toma de las manos y me sube al auto—. ¿Recuerdas que