Las ridiculeces del amor.
Esa mañana, Isaías estaba furioso, tanto que no quiso desayunar; sin embargo, en lugar de encerrarse en su despacho como lo suele hacer, decidió sentarse en el salón de té y convertirlo en su oficina personal. Mientras él trabajaba, Alice e Isadora se reían a carcajadas, burlándose porque Zoe tiene a la bestia bajo control.
En cambio, Zulema y Daren, preocupados por su situación, se acercaron a Isaías.
—Isaías, ya que todo el peligro ha pasado y Zoe está a salvo, necesito volver a mi vida y atender mi negocio, pero me gustaría poder visitar a nuestra hija de vez en cuando, si me lo permites— solicitaba Zulema, quien decidió tomar la palabra para empezar.
Daren asintió de acuerdo con lo que había dicho su esposa y agregó:
—Si yerno, no estamos acostumbrados a esta vida y ahora que sabemos que nuestra hija está bien cuidada y protegida contigo necesitamos volver a nuestro mundo.
Isaías los miró y comprendió que les había quitado su libertad sin darse cuenta.
—No tengo problema con que