Después de cenar, Adrián se retiró para dejar a los esposos solos. Conservaba la esperanza de que, en algún momento, su hija recordara… o al menos, se enamorara de Federico. Más adelante vería cómo ganarse su amor. Por ahora, sólo quería verla feliz.
Cuando se quedaron a solas, Federico la invitó a ver una película en la sala de cine que tenían en la residencia. Ella lo miró, asombrada.
—¿¡Tienes una sala de cine aquí!? Vaya…
Él hubiera querido decirle que fue ella quien le pidió tener una, porque le encantaba ver películas con él.
—Sí, en esta casa hay muchos espacios para disfrutar —le dijo con una sonrisa—. Ven, te la mostraré.
Le fue enseñando cada rincón con paciencia. Ella recorría todo con la mirada, atenta, y aunque no reconocía nada, parecía conectarse con el lugar.
Algo le llamó poderosamente la atención y se lo hizo saber a Federico:
—He notado que no hay ni una sola fotografía de tu esposa… ¿por qué? —preguntó, intrigada.
Él tuvo que responder rápido. Jamás pensó que ella l