Esa noche, prácticamente Pablo no pudo dormir. Se sentía ansioso y preocupado, como si tuviera algo que averiguar de manera urgente. Miguel le había contado sobre una chica que habían encontrado cerca del río, quien, a pesar de estar muy golpeada, se encontraba bien, aunque aún no recordaba quién era, ni que le había sucedido.
Apenas empezó a amanecer, se levantó y comenzó a caminar por el lugar, llegando hasta el río, pero no lograba sentirse tranquilo, su alma le gritaba que algo estaba por suceder. Al regresar, vio que la puerta de la choza donde estaba la joven estaba abierta.
Golpeó, pero nadie respondió.
— Hola, ¿Hay alguien aquí? —preguntó Pablo con suavidad.
— Estoy aquí señor... ¿Necesita algo?
A Pablo se le congeló la sangre.
¡Esa voz!
Se dio vuelta y fue hacia un costado de la choza; allí estaba ella, con su largo cabello negro, su hermosa figura y una gran sonrisa. A pesar de los golpes y el trauma que había sufrido, ella seguía sonriendo y su belleza seguía intacta. Al men