Empujaba a todas las personas que se atravesaban en mi camino. Me urgía llegar, ignorando los gritos de papá y Sebastián pidiendome que parara mientras corrían detrás de mi. Mis piernas estaban como gelatinas y llegue a caerme varias veces. No podía parar de correr, necesitaba ver su cuerpo y asegurarme de que no tenía ninguna oportunidad de vivir, una manera de salvarlo.
Necesito aferrarme a algo o terminaría cayendo en una soledad, sin salida.Veía a mi madra tirada en el suelo mientras lloraba por su hijo, lloraba por mi Damián. Mi pequeño hermanito. No pude aguantar más y cuando llegué me agaché a abrazarla pero ella me rechazó. Dolía, dolía demasiado.—Mama—pedí en un susurro acercandome a ella.—Se supone que debías cuidarlo. Solo ibas a cuidarlo—mis ojos están rojos— se supone que era tu Ángel, aquel niño que hizo brillaras, el que te dio alas. Debías cuidarlo, debiste cuidarlo. Me fui y confié en ti Eliza. No era mucho lo que te pedía ¡Pr