La cabaña estaba envuelta en la misma sombra macabra de aquella noche.
El aire olía a madera húmeda y cenizas de recuerdos podridos. Este era el lugar perfecto para terminar lo que él mismo había comenzado, un escenario sombrío para la culminación de nuestra historia.
Rune, quien había sido el artífice de muchas tragedias, ahora era la víctima. Yacía inconsciente en el suelo, su respiración pesada y su ceño fruncido, como si todavía estuviera atrapado en un sueño perturbador, una mueca de incomodidad que reflejaba lo que estaba por venir. No había escape. La red de mentiras, de dolor, de decisiones equivocadas que había tejido lo había atrapado en su propia trampa.
Ciprian chasqueó la lengua con diversión mientras terminaba de atarlo con una precisión casi artística. Las cuerdas se ajustaban alrededor de su torso y piernas, asegurándolo con fuerza a la silla de madera maciza, que a su vez estaba firmemente clavada al piso. No había forma de que pudiera liberarse, y él lo sabía. Lo est