Un hormigueo delicioso recorrió la piel de Catalina en el preciso instante en que los dientes de Francesco mordisquearon con suavidad la tersura de su hombro, una caricia posesiva que le inundó de calor.Al mismo tiempo, notó cómo las manos cálidas y firmes de él ceñían su esbelta cintura, extendiéndose con una lentitud sensual hasta acariciar su vientre.Aquel contacto dual, la ligera mordida cargada de una promesa implícita y la suave exploración de sus manos, encendió una chispa de anticipación en su interior, intensificando la sinfonía de sensaciones que la envolvían y profundizando la íntima conexión que se tejía entre ellos en ese instante de vulnerabilidad compartida.—En cualquier momento puedes pedirme que pare y te prometo que lo haré sin dudar —murmuró él en su oído, acariciando su piel con su aliento cálido.—No quiero que te detengas, Francesco. Tú eres el hombre que he elegido para este momento trascendental de mi vida —replicó ella con la mirada herméticamente cerrada,
Con una delicadeza exquisita, los dedos de Francesco danzaron sobre los pliegues suaves y húmedos de la intimidad de Catalina, explorando sus contornos con suavidad, lo que aumentaba la anticipación.Al mismo tiempo, su lengua se deslizó con una caricia experta sobre el botón duro e hinchado de su clítoris, lo que provocó que jadease entrecortadamente. Aquel contacto directo y sensual encendió una oleada de calor incandescente que se propagó por todo su cuerpo, tensando cada músculo y acelerando su respiración.La combinación de la caricia digital y el toque húmedo de su lengua la transportó a un umbral de excitación inexplorado, donde el placer comenzaba a tornarse casi insoportable.Con los ojos fuertemente cerrados, Catalina crispó las sábanas entre sus dedos, formando dos puños tensos que evidenciaban la intensidad de las sensaciones que la inundaban.Un temblor la recorrió de pies a cabeza mientras mordía su labio inferior, intentando contener la abrumadora mezcla de dolor y pla
La frustración de Tobías se podía cortar con cuchillo en el aire de su oficina de Roma. La pila de revistas recién adquiridas se alzaba como un silencioso monumento a su creciente irritación.Cada publicación, cuidadosamente seleccionada con la esperanza de encontrar algún reconocimiento a su propio arduo trabajo en la exposición, solo servía para confirmarle que el éxito arrollador de Francesco y su aclamada diseñadora lo eclipsaba todo.Hoja tras hoja, página tras página, los elogios y las fotografías se centraban invariablemente en la deslumbrante pareja creativa, ignorando por completo los suyos.Sus ojos volvieron a posarse en la mujer que compartía el espacio con él y una oleada de furia, caliente y opresiva, amenazó con desbordarlo.La injusticia de la situación, la aparente invisibilidad de su contribución, le oprimía el corazón, a punto de estallar en un torrente de rabia contenida.—¡Marta! ¡Marta! —vociferó Tobías desde el recinto atestado de libros que hacía las veces de s
—Siento una fuerte inclinación a raptarte —bromeó Francesco, aunque un atisbo de seriedad brilló en sus azules ojos. Estas palabras provocaron una ligera trepidación en la anatomía de Catalina, un escalofrío que le heló brevemente la piel.—Soy un necio, discúlpame —se apresuró a decir al percatarse del efecto que sus palabras habían tenido en ella. Un rastro de preocupación ensombreció su rostro.—No ocurre nada —mintió Catalina con una sonrisa forzada, aunque la inquietud había vuelto a instalarse en su pecho. Aquella frase, «raptarte», había evocado en su mente recuerdos sombríos y la amenazante figura de su tío.—Por supuesto que sí ocurre, involuntariamente te he traído a la memoria instantes dolorosos —reconoció Francesco con empatía mientras tomaba delicadamente su mano entre las suyas.—No fue tu responsabilidad, Francesco. La culpa recae en mi tío —declaró Catalina, recuperando una valentía que creía perdida. Su voz, aunque temblorosa, denotaba una firme resolución.—¿Tu tío?
Al despuntar el alba del día siguiente en la vibrante Roma, Catalina y Francesco retomaron sus respectivas labores y se reincorporaron al bullicioso ritmo de la casa de joyas.Se congregaron en el espacioso taller con el equipo de diseñadores y el resto del personal, que estaban organizando la producción según la demanda de los clientes.El ambiente era dinámico y profesional, y cada miembro del equipo desempeñaba su papel con precisión y dedicación.Catalina, con su visión creativa y su aguda sensibilidad estética, coordinaba las directrices de diseño, mientras que Francesco, con su perspicacia empresarial y su liderazgo carismático, supervisaba la eficiente distribución de las tareas y la gestión de los recursos.La jornada transcurrió entre bocetos, tejidos, patrones y el constante murmullo de las máquinas, que era testimonio del arduo trabajo y la pasión que sustentaban la prestigiosa firma.—Existe un asunto del que deseamos hablar con usted, señor Vannucci —articuló el portavoz
Varias horas después de la tensa confrontación en el taller, Vito apareció en la oficina de Francesco con el rostro iluminado por una sonrisa que denotaba satisfacción.Su actitud relajada y la expresión jovial de su rostro sugerían que la tarea encomendada se había desarrollado sin mayores contratiempos.La atmósfera en la estancia, que momentos antes había estado cargada de tensión e incertidumbre, pareció aligerarse con la presencia de Vito y su optimismo.Catalina y Francesco se miraron interrogativamente, esperando las noticias que Vito traía consigo tras hablar con el personal de la joyería.La sonrisa del hombre presagiaba un desenlace favorable, aunque la naturaleza exacta de los acontecimientos aún permanecía velada.—Absolutamente ninguno tiene la intención de abandonar la empresa —anunció Vito con evidente satisfacción, ensanchando aún más su sonrisa.—Era lo que presumía. Sin embargo, debemos mantener una vigilancia constante y extremar la precaución, Vito —advirtió France
Tobías.—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!Solté una risa fría, como si nada me importara.—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.Su rostro se enrojeció de rabia.—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?Me acerqué a ella sonriendo con burla.—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.Me di la vuelta y le di la espalda a
Catalina.Esas palabras aún me taladran el alma.—¡No tengo a dónde ir! —le rogué con cada fibra de mi ser temblando—, no puedes echarme así.Sentía las lágrimas calientes resbalar por mis mejillas, un río salado que no podía detener.Mi pecho me dolía como si un puño gigante lo apretara, y cada bocanada era una puñalada, como si el aire mismo se negara a entrar en mis pulmones.Pero su respuesta me heló la sangre en las venas.—Por supuesto que puedo.Cada sílaba resonaba con una crueldad fría y calculada. Y luego, ese grito, esa furia volcánica dirigida hacia mí, hacia el recuerdo de mi madre...—¡No quiero nada que me recuerde a la maldita zorra de tu madre!En ese instante, sus ojos... Nunca olvidaré la bilis que destilaban. Puro odio, puro desprecio. Era como si yo no fuera su sobrina, sino una mancha, un recordatorio constante de alguien a quien detestaba.Sentí cómo se encogía mi corazón, cómo una parte de mí se rompía en mil pedazos. ¿Cómo podía alguien a quien se suponía que