Durante dos días, no salí de la cabaña en el bosque. Permanecí sentada junto a mi madre, velando su sueño mientras la maldición latía débilmente bajo su piel.
Logan nunca apareció. En cambio, los rumores de la manada decían que Leah se paseaba riendo por el pueblo, presumiendo de cómo corría con Logan bajo la luz de la luna y cómo cazaban juntos, como si el mundo ya les perteneciera.
Ya no me importaba. Empaqué en silencio. Sin enojo. Sin lágrimas. Solo con determinación.
A la tercera mañana, el cristal de comunicación se iluminó y llegó la señal de Lynn: Confirmado. Vestí a mi madre con delicadeza y la envolví en su chal favorito. Ella levantó la mirada, confundida.
—¿A dónde vamos, hija?
Sonreí con suavidad mientras empujaba su silla de ruedas hacia la puerta.
—A ver a alguien. A cumplir una promesa que te hará sentir orgullosa.
Viajamos en carruaje hasta el Templo de los Hombres Lobo. Las piedras sagradas brillaban tenuemente entre la niebla matutina. Mi madre mostró preocupación.
—¿Por qué aquí?
—Para completar mi ceremonia de unión bajo la luz de la luna —respondí.
Se tensó y las arrugas de su frente se marcaron más por la inquietud.
—Quiero que seas feliz, pero no te precipites a hacer algo así solo por mí.
Le apreté la mano.
—No te angusties, mamá. No es con cualquiera. Ya lo verás.
Antes de que pudiera decir más, una voz que conocía demasiado bien resonó por todo el templo.
—Sabía que no podías seguir lejos —dijo Logan arrastrando las palabras, con un tono engreído y de alivio—. Romper el compromiso fue puro berrinche tuyo. Pero vienes hasta acá, ¿intentando forzarme la mano? Qué atrevida.
Se acercó un paso e intentó tomar mi mano, fingiendo una calidez que no sentía.
—Todavía podemos formalizar nuestro vínculo —dijo en voz baja—, pero nos saltaremos la ceremonia del juramento. Leah no puede manejar tanto estrés. No me obligues a elegir entre ustedes.
Como era de esperarse, Leah lloriqueó con delicadeza detrás de él.
—¿En serio quieres quedarte con ella? Me odia... me va a echar a la calle en cuanto tenga la oportunidad.
Logan le apartó el cabello de la cara como si estuviera hecha de cristal.
—No se atrevería —murmuró él—. Ella conoce su lugar.
Su tono era suave pero peligroso, y sus ojos estaban clavados en mí. Entonces, su voz se endureció.
—La has lastimado profundamente, Alison. Le debes una disculpa. Pública. Jura con sangre que la tratarás como a tu propia hermana. Solo entonces permitiré la unión.
Retiré mi mano de un tirón y caminé hacia el Registrador de Vínculos.
—¿Y quién te dijo que será contigo, Logan? —le solté con indiferencia—. Será con alguien más.
Todos se quedaron callados.
Logan se me quedó viendo un largo rato y luego se rio, una risa seca e incrédula.
—Ay, por favor, deja de hacer el ridículo. Después de todo lo que compartimos, ¿quién más te va a querer?
No respondí. Coloqué un anillo de piedra lunar sobre el altar. El Beta de Lynn me lo había entregado personalmente el día anterior.
La piedra lunar resplandeció. El ambiente cambió. Se escucharon jadeos de asombro por todo el templo.
La expresión de Logan se transformó, la rabia le transformó la cara.
—¿Sin disculpas? ¿Sin juramento? Entonces se acabó. No tendrás protección de la Manada Stoneclaw. Nos ofendes ¿y esperas seguridad? ¡Eso termina ahora!
Los sollozos de Leah llenaron el silencio.
—Por favor... Sé que crees que te robé a Logan, pero no quise lastimarte. Mi enfermedad es real, y si él me deja, me voy a morir. Si no puedes perdonarme, me iré. ¡Me exiliaré yo misma por su felicidad!
Los susurros aumentaron, llenos de simpatía por ella y juicios contra mí. No me defendí. Sus mentiras ya no merecían ni una palabra mía. “Pero he de reconocerlo: su actuación era impecable”.
Giré la silla de ruedas hacia la cámara lateral para esperar a Lynn. Pero la mano de Logan salió disparada y me agarró del brazo.
—Una última oportunidad —me gruñó—. Discúlpate, jura que la tratarás bien y todavía te aceptaré. Si te vas, cuando tu madre muera de pena, ni se te ocurra venir arrastrándote de vuelta. No te voy a salvar.
Mis manos temblaban, no de miedo, sino de furia.
—¿Te atreves a hablar de mi madre? —escupí las palabras—. Entonces escúchame bien. Que tu manada se convierta en polvo, pero ella vivirá y prosperará. Y yo nunca te esperaré. Ni en esta vida, ni en la siguiente.
Sus ojos destellaron en rojo.
—¡¿Cómo te atreves a insultar a mi manada?! ¡Te voy a enseñar respeto a la mala! ¡Vas a conocer el dolor!
Sus garras brillaron y lanzó el golpe con rapidez. Pero antes de que pudiera impactar, una sombra se movió entre nosotros. Una sola mano atrapó su muñeca en el aire.
Un poder antiguo, dominante e imponente como la luz de la luna inundó el templo. Entonces, una voz profunda se propagó como un trueno surgiendo de la tierra:
—A mi Luna —dijo Lynn Silvermane—, no la tocas. Nunca.