Por fin terminó la larga ceremonia.
Se abrió la puerta de la sala de desacanso y Alejandro se plantó en el umbral.
Apretó el entrecejo y no parecía relajado: —Te lo compensaré, e iré a visitar a tus padres para explicarles...
Le interrumpí: —No hace falta, son mis padres, no los tuyos.
No tenía nada que ver él, así que hacía falta.
Se quedó de piedra.
Alejandro estaba lleno de cansancio: —Venga, sé que estás hablando así por enojo, sabes que Ana está enferma, no me queda otra que cumplir su último deseo.
Hasta ahora, seguía sin ver nada malo en ello y seguía defendiendo a Ana.
Por un momento, no supe qué más decirle.
Le dije: —Piensa lo que quieras, yo haré las maletas y me mudaré hoy mismo, pediré a alguien que venda el piso que compramos juntos, y si no quieres venderlo, solo tienes que tranferirme la parte que pagó mi familia.
Cuando terminé de hablar, vi a mis padres de pie no muy lejos, solté las palabras “Se acabó” y me apresuré a buscarlos.
Mis padres estaban rodeados de familiares.
Vine aquí y escuché: —¿La abandonaron?
La tía seguían dando la lata: —Eva tiene demasiado carácter, eso no le gusta a los hombres, y es toda una humillación que sustituyan en el día de la boda.
Aparté a mis padres, desconsolada por la vergüenza que se reflejaba en sus caras, y me enfrenté a mi tía a pesar de que eso era un falta de respeto hacia los mayores.
—¿Eres mi tía o la de Alejandro? Cambió de novia a última hora porque es un irresponsable y no cumple su palabra, no me consultó porque no me respeta, ¿qué tiene que ver que yo tengo mucho carácter o no? Si lo hubiera sabido un día antes, ¡hoy no sería el novio!
La tía de Eva se sintió humillada y se marchó a regañadientes.
Mi madre me tomó de la mano y pude ver claramente la preocupación en su cara.
La tranquilicé: —No pasa nada, no me importa nada que me cambie.
Después de dejarlos en el coche, fui sola a la casa que compramos para empezar una nueva vida como matrimonio a recoger mis cosas.
Dejé las palabras claras y tenía la mente muy sensata.
Pero las emociones eran incontrolables.
Las lágrimas cayeron por su cuenta...
La habitación de la boda la decoramos Alejandro y yo.
Había demasiados recuerdos de él ahí.
La sartén de porcelana, que compró cuando se enteró de que tenía dolores menstruales, dijo que me prepararía una sopa nutritiva una vez a la semana.
El guardarropa lo diseñó él después de ver la noria de tacones que me había gustado en Tik Tok.
Después de la instalación me reí de él por haberse pasado de vanguadista con las luces de colores que había instalado, pero me rodeó la cintura con los brazos en reclamo de su recompensa.
Lo conocí en la universidad y luego mantuvimos la relación a distancia durante un año por trabajo.
Pasó mucho tiempo conquistándome en aquel entonces.
Cuando se confesó, dijo que era genial verme debatir con los demás.
En ese momento yo brillaba en sus ojos.
Pero ahora le disgustaba mi carácter.
La luz de sus ojos llegó a molestarle.
Recogí poco a poco mis cosas y salí lentamente de los recuerdos.
Cuando terminé de empaquetar, me di cuenta de que, a pesar de llevar siete años con él, solo llegué a llenar una caja de cartón que llegaba a mi cintura.
Me preocupaba cómo sacar esta caja de cartón y tirarla cuando la puerta se abrió de un empujón.
Mi mejor amiga, Cecilia Campos, entró con mucha prisa.
Al verla, la dureza de la que me había revestido durante tanto tiempo se derrumbó por completo y me entró ganas de llorar.
Cecilia me dio un abrazo y me rodeó vigorosamente con sus brazos: —Si hubiera lo sabido, habría ido a ser tu dama de honor, y no te habrías quedado tan sola.
Le caía muy mal Alejandro, lo odiaba por ser indeciso y negarse a dejar ir a su ex novia, y lo odiaba lo suficiente como para no querer venir a mi boda.
También me dijo que me arrepentiría de casarme con él.
Para decirlo sin rodeos, si Ana siguiera viva, quizás quedara margen para todo, pero si Ana muriera, era imposible competir con una persona muerta.
Y rompió su amistad conmigo por eso.
Ahora parecía que había dado en el clavo.
Cuánto me alegraba de recuperar a una amiga como ella.
Con Cecilia cerca, los días no eran tan duros.
Había solicitado a propósito un viaje de negocios para evitar la fecha de mi boda.
Pero en cuanto su avión aterrizó, se enteró de lo que había ocurrido, y temiendo que estuviera sola llorando a escondidas, vino corriendo para encontrarme.
Incluso se tomó vacaciones para quedarse conmigo, lo que me llegó al alma.
Alejandro vino a la puerta el día que ella se quiso presentarme a alguien.
Hice una mueca, ¡ya que el bastardo vino, pues a darle una buena lección!