Salí casi corriendo de la oficina, sintiendo cómo la adrenalina se mezclaba con la frustración. El tiempo se me había escapado de las manos. La cena que había pedido con tanto esmero para nuestra noche especial ya debía estar esperándome en la recepción del edificio, y yo… yo apenas estaba saliendo.
Mi pulso latía con fuerza mientras me acercaba al elevador y presionaba el botón con más insistencia de la necesaria. La luz parpadeó, pero las puertas no se abrieron. Un segundo. Dos. Tres.
Nada.
Mi paciencia pendía de un hilo. Sentía el tic-tac invisible del tiempo golpeando mi nuca, recordándome que cada instante perdido arruinaba un poco más la noche que había imaginado. Pero no podía perder el control. No ahora.
Respiré hondo, cerré los ojos un instante e intenté convencerme de que todo seguiría saliendo bien.
El elevador llegó un minuto después, pero se sintió como una eternidad. Apenas las puertas se deslizaron para abrirse, entré apresurada y presioné el botón para bajar, como si c