Han pasado dos semanas desde el mensaje de Melody. Dos semanas de silencio forzado, de un vacío que se sentía más pesado con cada día que pasaba. Jacobo me pidió que la bloqueara, y lo hice. O al menos, eso es lo que él cree.
Pero el deseo de hablar con ella no desapareció. Se arraigó en mi mente como una espina imposible de ignorar, clavándose más profundo con cada pensamiento, con cada pregunta sin respuesta.
Hoy, finalmente, encontré la manera. Mi confidente, mi único aliado en este torbellino de dudas, me prestó su teléfono. Con los dedos temblorosos, tecleé su número y envié el mensaje.
"¿Vendrás entonces a España?"
El mensaje quedó ahí, suspendido en la pantalla como una puerta entreabierta a la verdad que tanto ansiaba conocer.
Necesitaba verla, hablar con ella, escuchar de sus propios labios lo que había sucedido. No solo por Jacobo, sino por mí. Había tantas cosas que no entendía, tantas piezas de este rompecabezas que aún no encajaban.
Pero, sobre todo, lo que más me inquieta