Las Ruinas del Primer Aullido se alzaban como una herida abierta en la tierra. Rocas ennegrecidas por fuego antiguo, templos caídos, símbolos lunares rotos. El cielo parecía más bajo allí, como si los dioses mismos se hubieran encogido de vergüenza.
La caravana de Serena llegó al anochecer. Nadie habló. Todos sabían que no había regreso desde ese lugar.
Kael observó el horizonte. A lo lejos, la luna roja comenzaba a emerger. No era un augurio, era una sentencia.
—Este lugar huele a profecía —murmuró Hadrien, mientras los guardianes encendían los círculos de protección—. Y a muerte.
Serena descendió de su montura. Los fragmentos vibraban en su cuerpo como si se estuvieran preparando para despertar por completo. Por momentos, veía doble. Oía voces que no eran suyas. Sentía fuego en la sangre y hielo en el alma.
Aetheryon estaba cerca.
—Preparen el círculo —ordenó—. Y nadie entre conmigo.
—No puedes entrar sola —protestó Kael—. Es una trampa. Este sitio… lo sabían. Te estaban guiando aqu