Fleure
No sé cuánto tiempo he estado así, inmóvil contra su hombro. El silencio ha cambiado de textura: se ha vuelto tibio, casi vivo. Solo el tic-tac discreto de un reloj al fondo del pasillo recuerda que el tiempo aún existe.
Aaron no se ha movido. Su respiración es lenta, medida, como si temiera asustarme. Siento el calor de su brazo a través de la tela de su camisa, ese calor que se insinúa suavemente en mi piel.
Pero cuanto más pasan los minutos, más una incomodidad se eleva en mí, no es miedo, no, sino algo más difuso, un vértigo.
Levo la mirada hacia él.
— Aaron… tal vez debería dormir en otra habitación, digo en voz baja.
Sus párpados se levantan. Su mirada se clava en la mía, cargada de algo que no logro nombrar.
— ¿Por qué?
— Porque… quizás es mejor así, tal vez. Para esta primera noche.
No responde de inmediato. El silencio se estira, luego sacude suavemente la cabeza.
— No, murmura.
— Aaron…
— No, Fleure. No esta noche. Necesito saber que estás ahí. Sentirte cerca de mí.