Las anfetas de las mofetas
Las anfetas de las mofetas
Por: Gastón tiempo
CAPÍTULO 1

El sol salpica la bóveda celeste con su vómito luminífero y candente. La mitad del globo terrestre usufructúa su benevolencia cancerígena. La otra mitad, de momento, lo evade con el sueño nocturno: extintor eterno del lanzallamas que se tiene en la cabeza durante ese episodio loco y desconsolado llamado vigilia.

En una acera de Distopicali, un mendigo asesina a una paloma por picotear un cigarrillo abandonado que éste, había oteado en la distancia. Los demonios y los mendigos caminan mirando hacia el suelo sin tener vista de rayos x, y poder penetrar el núcleo mismo de la tierra, una fábrica entera de jabones de azufre.

Un embotellamiento en el tráfico que lleva horas, es interrumpido por un hombre que abalea las burbujas de jabón que sopla un vendedor ambulante.

Una bala me roza la cara. Si al menos hubiese atinado. Limpio la sangre que se desliza por mi mejilla con un poema que escribí la otra noche. Un poema con cara de plastilina sucia y demacrada, con la necesidad de un adicto, con el pedigrí del perro desaparecido que hace llorar a toda la familia.

Por lo visto no es suficiente para retener el estiaje de mi desangrar, y aunque no soy hemofílico la sangre parece un diluvio universal. Lo peor es sangrar y saber que no vas a morir ni ésta, ni la siguiente vez.

Pienso en algo bello para no colapsar: en el cuerpo descuartizado de una miss universo en un vertedero. Llevo tres cuadras caminando y el trancón se libera. Los carros fluyen. Los brillantes y los viejitos. El pistolero montado en su coche pasa raudo frente a mis ojos. Me tira su pistola que cae a escasos pasos de mí. Es una Smith and Wesson calibre 38 recortada. Rápidamente oculto el maldito presente en mi pantalón, el cual ha albergado cananas de marihuana y respuestas de exámenes con anterioridad. La policía pasa tras de él. No quiero que lo atrapen. Es mi puto héroe del día, el hombre del mes, el tipo que seguro va a aparecer en los diarios.

Habrá mil artistas con años de obras significativas, que podrían ser visualizados, pero según el veredicto del mainstream, lo que se refiere al acto de valoración de un alma mediante su pesaje, la psicostasis de los egipcios, su peso será similar al peso de un pelo del culo de una supermodelo, una nadería, irrisoria por demás, el francotirador de las pompas de jabón en cambio será la primera plana de los diarios, los titulares principales y reportajes, los libros y documentales, las miles de vistas, el club de fans, el buen servicio médico.

Mi propia psicostasis, asegura que mi alma pesa única y exclusivamente por las hojas que he garabateado y leído, hojas arrojadas de los árboles en danza ebria que he cogido en el aire antes de caer y rubricado con tinta de luz mortecina. Leo y por detrás de cada sueño, en el reverso de las melodías, escribo.

Aquel ritual ha dejado tras su rastro un vademécum tan voluminoso en su paginaje que sin gran esfuerzo sería capaz de hundir en el lodo a cien fortachones que por osadía se atrevieran a cargarlo.

Yo no me robo los libros, por el contrario, son ellos los que me roban a mí, son los libros como gatos dejando m****a sin enterrar en mi corazón, atrapando los pájaros que anidaban bajo mi lengua a la espera de una orden en el lenguaje de las golondrinas.

De aquellos pájaros solo me quedan sus plumas que guardo con recelo, después de cada luna llena. Con aquellos plumajes por vestigios del crepitar de las sombras, emplumo los retratos de todas las cosas para ver en lugar de letrinas, arcángeles.

Espero que el tipo de ese auto ahora mismo esté escuchando rock en su radio, nada de mierdas en el dial, bandas como Melvins, Big black, Scratch acid, de lo contrario de ser una emisora de otro tipo de música que no sea al menos Jazz o música clásica ¡bluagh! me suicidaría con este engendro que el azar y el ángel exterminador me otorgaron.

Estoy flaco y esmirriado, se podría decir que no soy Aguirre la cólera de dios sino Agarra el sobrado de dios,

de tigre,

de león de la Metrogoldwin mayer.

De Little bastard

de mofeta.

Siento el arma todavía caliente en mis pelotas. Mis testículos están pasados a pólvora y a muerte y a sueños destrozados y a sesos desparramados en el asfalto caliente.

Los pájaros cortan el cielo con sus cuchillas emplumadas, le cortan la cara y el esófago al cielo. El cielo es bondadoso y permite que cien aves concierten una película sangrienta sobre su cara, un director de orquesta que en vez de batutas empuña estiletes.

Camino entre brasas calientes con mis pasos de microbio desfalleciente, de agujero negro preñado de luz.

Camino entre piscinas de hielo derretido, entre cementerios de aviones y de elefantes, cruzo un laberinto de espejos producto del dona tu cd.

Paso por un negocio callejero de libros de segunda mano. Veo que tiene Juan Salvador Gaviota y me paso en la mente el rollo de que aquella gaviota murió en un asadero de pollos. También está El vizconde pajillero de los cojones blandos, apenas para leer en pascua y uno de Rius que ya he leído. M****a está El supermacho de Jarry. Estos libros no están del todo mal… así parece ¡joder! hay uno de Xavier Villaurrutia. Y esta King Kong también. Si el Little bastard tuviera maletero lo llenaba de libros. Y yo que había jurado no volver a comprar, ni siquiera para revender.

A veces odio a la literatura, pero me ha salvado tantas veces la vida que no me puedo enojar del todo con ella.

Recuerdo aquella navidad que estaba demasiado roto y el poeta Maikovsky entro disfrazado de santa por la chimenea trayendo consigo un puñado de papeles tristes, que en ese momento me salvaron la vida.

Ya está decidido, me llevo el de Jarry. El resto ya los he leído. Castígueme el cielo si miento. Si hubiesen inventado un medidor de libros leídos estilo taxímetro cuantificador de ki de los supersaiyans, conmigo habría más de un tuerto por ahí, debido a la explosión del lente y su subsecuente incrustación en el ojo.

Desde que recuerdo toda mi vida he leído. Mis primeras lecturas fueron subtítulos de películas y comics. En mis tiempos de escolar soñaba que leía un libro invisible que me ponía en comunión con todos los seres.

Pago el libro. Me costó menos que una cerveza. Un par de cuadras más abajo en dirección oeste me siento en un parque y prendo un canuto. Fumar y leer es como literatura 5d. es como andar en un cacharro viejo enfurecido por las calles con el acelerador a fondo. Abro el libro y me salto el prólogo. Leer prólogos de entrada es de señoritas, como la pizza de piña.

La malilla en subasta… comienza el libro y le doy una calada al porrete…el amor es un acto sin importancia… absorbo una nueva bocanada…porque se puede hacer… aspiro una vez más y la candela al final del cigarrillo titila como el trasero de una luciérnaga.

Mi lectura es un telegrama de humo. Es un proceso adivinatorio de libanomancia ya que se vale del tizne. Y sé que por cada punto o cualquier otro signo de puntuación hay una pincelada de niebla. Una firma ejecutada con la cola de mi mofeta.

Pongo un tema del Pornography de The cure en mi discman, soy un anacronismo viviente, nadie más en la ciudad anda con uno o tan siquiera lo conserva. Hace 15 o 20 años que están obsoletos. El mío lo compre en un almacén de tornamesas hace poco. Una verdadera reliquia. La imagen de un Robert Smith, vocalista de la cura, tocando laúd con una peluca como la que usaba Bach, completamente negra, se fabrica en mi mente, al tiempo que el día empieza a desplomarse como castillos de naipes erigidos por manos nerviosas.

El día está a punto de ser decapitado por el telón guillotina de la noche. Una vez cortada la gran cabeza del rey astro, el cesto empieza a desbordarse de gritos y aullidos.

Igual si hubiese una peste letal segando miles de vidas, la luna saldría puntualmente para montarse sobre su pedestal, a impartir lecciones de fabricación de cohetes en origami. Así era y así había sido, sin computo ni folio, ni tardanza, y parecía que lo seguiría siendo reafirmado por siempre con la obstinación del acto repetitivo del compulsivo.

En la ciudad, las cosas apestan. Apesta el transporte. La mayoría de taxistas tienen el taxímetro trucado. Los buses son latas de sardinas en conserva. Son fosas comunes con cadáveres de pie para que quepan más. El metro es una hulla hulla gravitando como cinturón de asteroides alrededor de la cintura de la ciudad. Los ciclistas pedalean sus velocípedos de uranio domesticado. Por otro lado, los velociraptors ciborgs te llevan a domicilio una banana Split al desierto de Gobi de ser necesario. Yo diría que es un siglo donde resulta más fácil que las cosas vengan a ti, a que tú vayas por ellas. La vida a tan solo un clic de distancia. Llámame y te llevare el santo grial a cambio de unos dólares. Llámame y te desinfectare de armas biológicas con mi saliva de dragón de Komodo.

Un anciano ciego me ofrece una lengüeta de secos de loterías, no le compro porque no tengo dinero y porque no es el número que vi en mi m****a antes de vaciar el sanitario esta mañana. El viejo me ofrece el 8282 y yo vi cuatro perfectos bollos casi esculpidos por la mano de Michelangelo Buonarroti poniendo el 1222. Camino escoltado por los ángeles de la guarda de la postmodernidad: tachos de b****a, perros cagando, tipos orinando en las esquinas, carteles de gente desaparecida.

Subiendo por los lados del centro, en las cercanías de santa prosa o santa rosa, para los que no conocen Distopicali, Cagantinoplia, se trata del lugar donde están instaladas las casetas de libros de segunda mano, y llego hasta el edificio donde vive el escultor. Subo las gradas de peldaños tambaleantes.

La puerta no es problema ya que nunca está cerrada. Saco el arma y le disparo. Un olor a sangre se esparce por la habitación. Hay quien dice que los guillotinados eyaculan al ser decapitados. Los ahorcados también. Al final la muerte es una gran puta que todos nos fornicamos. Calaveras en el culo y en las tetas, calaveras dulces en el sexo de huesos rotos.

Antes de escapar de la escena del crimen, arrojo un poema al suelo a manera de despedida, aquel reza lo siguiente:

Matar a Ted Hughes, asesinar a Virginia Woolf

Quiero salir al campo a jugar con los cuervos de mi padre.

Pero mi madre sembró espantapájaros en lugar de canciones de cuna.

El poema está representado desde la óptica del hijo de aquella infortunada pareja, hijo que tiempo después se quitó la vida igual que la madre. Salgo y por primera vez cierro la puerta. Algunos días después, escucho en la tv de la patrona de la pensión, que en las noticias están hablando de un posible asesino serial, que por rúbrica deja poemas en las escenas de los crímenes. Y mostraron mi poema y yo no lo podía creer, hasta ese momento nunca había visto nada real en la televisión, es más, la llamaba vetelisión, usando el sagrado arte de las figuras retoricas, en este caso el anagrama, para desfigurarla, pero ahora y por primera vez observaba algo que realmente me atañía. De ese algo yo y nadie más que yo, era el protagonista secreto. Me añadía estatus, no puedo negarlo.

Debo confesar que fue a partir de ese estimulo que pensé en tallar un poema palabra por palabra en unas balas, fue como una revelación con voz de dramatizado mejicano, con risas pregrabadas y todo, que me dijo: he ahí tu modus operandi.

Luego de que estuvieran los proyectiles dulcificados por el lenguaje, salir a buscar lectores, los que no compran mis libros, por ejemplo. Es imposible que te resistas a mis palabras. Es imposible que no leas con este infalible método de lectura rápida. Lees porque lees maldito platelminto. Soy el asesino de las balas parlantes.

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