Los tres estaban juntos, formaban un cuadro perfecto de familia.
Sin embargo, en estos seis años, Luis nunca había celebrado el cumpleaños de Lucía, ni le había puesto la corona de cumpleaños ni una sola vez.
Quise taparle los ojos a Lucía, pero ella apartó mi mano y aquella imagen quedó grabada a fuego en su mente.
Al ver la mirada de Lucía, la abuela se apresuró a suavizar la situación:
—Carla y Lucía son familia, tienen que ser buenas hermanas desde ahora.
Lucía preguntó:
—Abuela, ¿tú también serás la abuela de Carla en el futuro?
Su abuela asintió:
—Serás tú la hermana menor, y Carla será la mayor, ¿vale?
¿Qué podía entender un niño de seis años?
Solo querían que Lucía aceptara a Carla en el hogar sin darse cuenta.
Pero Lucía tenía una sensibilidad que superaba su edad. Al oír la respuesta de su abuela, pareció comprender algo.
No hizo más preguntas, sino que me tomó la mano:
—Mamá, el cumpleaños se acabó, vamos a casa.
Esta era la segunda vez, Luis Mendoza. Solo te quedaba una oportunidad más.
Le lancé una mirada y me fui a casa con Lucía, sola.
Nadie vino detrás para consolar a Lucía.
A nadie le importaba ni a mí ni a Lucía.
Desde entonces, Lucía, de seis años, se volvió taciturna que parecía cargar una mochila llena de preguntas sin respuesta.
Realmente no sabía cómo consolarla.
Solo sabía que en el corazón de Lucía, todavía quedaba un pequeño santuario intacto para Luis.
Solo con que Luis le diese un poco de cariño, seguiría siendo el buen papá de Lucía.
Dentro de unos días sería el concurso de dibujo. Sabía que Lucía esperaba con ansias ver a Luis Mendoza allí.
Por eso, se lo invité yo.
Lucía levantó la cabeza, como con ganas de decir algo, pero pronto la bajó y dijo en voz baja:
—¿Papá realmente vendrá?
—¿Cómo lo sabremos si no lo preguntamos?
Por la mañana le envié un mensaje a Luis.
No respondió hasta la noche.
Lucía, que al principio estaba entusiasmada, fue cayendo en la decepción:
—Quizás papá no me quiera para nada.
Acababa de hablar cuando, de repente, el móvil mostró un mensaje.
Era la respuesta de Luis.
—Mañana estoy libre, iré.
Al ver el mensaje, Lucía dejó atrás su tristeza y brilló de felicidad.
—Ya lo sabía, papá no me abandonará.
El día del concurso de dibujo, Lucía y yo esperamos a Luis en la entrada del recinto durante mucho tiempo.
Pero nunca apareció.
Hasta que el presentador nos animó a entrar, llevé a Lucía adentro.
Pero Lucía seguía mirando hacia fuera, con una mezcla de esperanza y decepción en los ojos.
Antes de subir al escenario, Lucía todavía no estaba contenta.
El presentador le preguntó por el significado de su obra. Entonces Lucía levantó la cabeza, y al mirar a la mesa de los jueces, se abrieron los ojos de sorpresa.
Resultó que Luis era uno de los jueces.
Lucía, creyendo que había cumplido su promesa de venir a verla, empezó a explicar su obra con alegría.
—El significado de mi dibujo es que una hija espera ir al parque de diversiones con su papá.
Sin embargo, Luis no le dio su voto a Lucía, sino a Carla, que estaba al lado.
Aunque al final Lucía ganó el campeonato.
Pero en el momento en que vio que Luis votó por Carla, rompió a llorar.
Pero enseguida se consoló a sí misma.
—Mamá, papá tiene trastornos emocionales, y es muy justo. Seguro que tiene sus razones, ¿no?
Abracé a Lucía, sin poder explicarle nada.
Luis y yo veníamos de familias con situaciones económicas similares. Nos conocimos en una cita arreglada por nuestros padres.
Sabía que en el corazón de Luis había una persona especial que no podía olvidar, y aún así me apuré a casarme con él. Fue mi error.