Capítulo 3
—No te preocupes, tu papá dijo que vendrá pronto.

No lo desvelé, solo quería que su nieta pasara este cumpleaños con alegría.

—El concurso de dibujo es la próxima semana. Seguro ganará otra vez.

—¡Mi nieta es tan talentosa! —elogió la abuela— La empresa de Luis necesita un prodigio del arte. ¡Debería participar!

Al nunca haber recibido el reconocimiento de Luis, Lucía me miró insegura:

—Mamá, ¿podré hacerlo?

—Claro que sí —la animé.

Tras la cena, Lucía fue al baño acompañada por la abuela.

Pero a los dos minutos, un alarido como cuchillo en cristal rajó el aire:

—¡Yo soy la hija de papá! ¡Tú no!

Corrí hacia el sonido y vi a Carla, la hija de Sofía, empujar a Lucía.

Al instante, extendí los brazos para sostener a Lucía.

—¿Por qué la empujaste?

Carla, en lugar de responder, se frotó los ojos y comenzó a llorar, señalando a Lucía:

—¡Ella me insultó primero! ¡Papá Luis, defiéndeme!

—¡Mientes! ¡Lucía no dijo nada! —repliqué, intentando bajar su mano acusadora.

A los tres años, Luis olvidó cambiarle el pañal en un supermercado. Lucía lloró durante horas bajo las miradas de extraños.

Desde entonces, odiaba que la señalaran.

Lucía se encogió temblando en mis brazos. Al sentir su miedo, le lancé una mirada gélida a Carla:

—Baja la mano. No la señales.

Carla, lejos de obedecer, alzó más el dedo.

Di un paso hacia adelante, pero Luis me rebasó y se interpuso, protegiendo a Carla.

—¿Qué estás haciendo, Ema?

Carla tiró de su camisa, sollozando:

—Papá Luis, ¡ella me llamó "bastarda"!

Luis se puso furioso. Cargó a Carla y le habló con una voz dulce que jamás nos había dedicado:

—No eres bastarda. Siempre seré tu papá.

—Tu mamá te tuvo sola en el extranjero. Fue mi error no cuidarte desde pequeña.

¡Así que Carla era hija biológica de Luis!

Ahora entendía su favoritismo: la hija que su "amada de juventud" crió con sacrificio.

Lucía, temblando, salió de mis brazos:

—Papá ¿No puedes ser solo mío?

Luis vaciló un instante, conmovido por sus lágrimas.

Pero cuando Carla enterró la cara en su cuello, endureció la voz:

—Lucía, basta. Vete a casa.

En ese instante, hasta yo sentí cómo Lucía perdía esa chispa en la mirada.

Entonces, la abuela salió del interior con brazo de Sofía.

Ambas sonreían como suegra y nuera ideales.

Al ver llorar a Carla, Sofía no la tomó en brazos. En cambio, se acercó a consolarla.

Mientras Luis y Sofía mimaban a Carla, él incluso tomó una corona de cumpleaños de las manos de Sofía y la colocó sobre la cabeza de Carla.
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