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— ¡A que te gano en llegar a la playa! —me dijo.

Estaba retándome. Su mirada me gustó, tenía un toque de picardía y juego.

—No lo creo.

Y entonces corrí hacia la puerta, la abrí rápidamente y salí de nuestra habitación. Él venía atrás de mí. Baje las escaleras a toda velocidad, mi respiración se aceleró rápidamente y el sudor no tardó en aparecer sobre mí cuerpo. Eran las cinco de la tarde cuando atravesamos la recepción de la casa. Me estaba riendo mucho y la emoción era inmensa. Cuando la arena apareció, mis pasos se atascaban a causa de mis tenis que traía puestos. El viento soplaba fuerte y la brisa del mar se sentía muy bien.

Llegué primero. Me detuve ahí donde la última ola d

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