Samuel
Penetré con fuerza el delicioso vientre de mi mujer, nos encontrábamos en la sala de nuestro apartamento, Gabriela movió sus caderas y apretó sacándome un gemido. Sus paredes me envolvieron, logrando su cometido, exprimir hasta la última gota de mi simiente.
Dicen que el amor hacia la diferencia tal vez era cierto. Desde que tomé su virtud en la cárcel, supe cuán diferente había sido. Mi lengua lamió su seno, luego terminé mordiéndolo de manera suave, sacando un leve gemido mientras continuaba con sus convulsiones. Así nos la hemos pasado desde que vivimos juntos. Nunca imaginé cuán satisfactorio sería tener una pareja única y constante para compartir el día a día.
—Nos quedan menos de veinte minutos para estar decentes, tenemos la videollamada con los recién casados.
—Yo me encontraba muy tranquilo, juicioso en el mueble esperando, pero una impertinente se pegó del pirulito.
—Acepto la culpa. Pero es pecado ir por el apartamento vestido de esa manera tan deseable.
—Entonces, ¿