Capítulo 32

Sus labios temblaban de rabia y, por si fuera poco, papá aún intentó dos veces más soltar el brazo y ejecutar su voluntad de golpearme.

Adriel notó que papá había perdido el equilibrio de su paciencia, así que le apretó la muñeca con más fuerza, tanta que los nudillos se le pusieron blancos.

Era la primera vez que mi padre me agredía, el dolor me quemaba en la piel, pero por dentro, el daño era mucho mayor. Mi corazón estaba desgarrado y era incapaz de suavizar la angustia que sentía por ser su hija.

— No fue por eso que te llamé a mi casa, Duarte.

Habla en buen tono, haciendo que el calor de su expresión se enfríe.

— ¿No era eso lo que querías, Adriel? ¿Aún no te sientes reivindicado?

Dejo que las palabras caigan sin miedo a sus pies, sin importarme que su ira crezca.

— ¡Lo que hiciste fue inaceptable, Ana Lis!

— ¡Apuesto a que no lo fue!

Rebatí las acusaciones. Adriel no se imaginaba que yo tuviera el valor de enfrentarme a él, la sorpresa brilló en sus ojos y su ceño se frunció.

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