La Élite - El Libro del Tiburón - Libro 2
La Élite - El Libro del Tiburón - Libro 2
Por: Imzadi
Capítulo 1

Su terquedad lo había llevado a este punto, debió escuchar a Sebastián cuando le dijo sobre la temporada de monzones; pero no, él como terco que es se metió literalmente en una sin salida. El agua le llegaba por encima de la cintura, a duras penas podía dar un paso porque era succionado por el barro, perdió su amada arma tres horas atrás cuando cayó de narices sobre el fango apestoso que le rodeaba. Ese maldito loco le llevaba ventaja de cien míseros metros en los cuales estaba en las mismas condiciones, pero con la leve diferencia que el agua le llegaba al pecho; el diluvial a duras penas les permitía ver al frente. Anhelaba en este momento tener un aerodeslizador, a y de paso retirar e su cabeza la imagen de Sebastián que reía, su informe detallaría esto, no podría ocultarlo.

«Maldito Sebastián», gruño internamente «odio cuando tiene la razón».

Algo rozo su pierna, no era nada alentador, esta zona de la India abundaban muchos reptiles grandes para su gusto, encontrándolo a escasos centímetros de su rostro a una velocidad inverosímil, esas fauces saltaron para arrancarle la cabeza, no pudo reaccionar rápido, escuchando otro grito agudo en la distancia; o tal era él quien gritaba, intentando sobrevivir a un cocodrilo que decidió que él sería una cena deliciosa. Esa mandíbula se cerró con fuerza, gritando con ira, el dolor era agonizante, le había mordido en el hombro, y desgraciado animal se hundía para ahogarlo; el dolor en el brazo izquierdo era aplastante. El animal giro, lo que le beneficio con el movimiento para que su pie atascado fuera liberado, pero aun así tenía serios problemas, intento buscar los ojos de este pero no veía absolutamente nada con esa agua sucia, mientras era girado en reiteradas ocasiones.

«Piensa, idiota, piensa».

Golpeo con fuerza por debajo de la quijada del animal, que apretó más, intentando alcanzar su cuchillo, pero el animal lo sacudió de lado a lado, soltándolo unos breves segundos, que él aprovecho para salir a la superficie a inhalar desesperadamente aire vital para su cuerpo, tomar el cuchillo y clavarlo con agresividad en el ojo.

— ¡Maldito cuero prehistórico! No tengo tiempo para rebanarte y hacerme unos accesorios —empujando con más fuerza, hasta que el animal floto sin vida.

Ojeo a su alrededor, debía salir pronto o los “amigos” o nuevos comensales el cocodrilo abatido llegarían en unos segundos, y él no quería ser parte del menú. El viento azotaba, su hombro latía por el dolor, sangrando sin remedio a la vista, su camiseta no era muy útil en este momento; o más bien lo que quedaba de ella. Avanzo lo más rápido que podía, logrando divisar más adelante el movimiento frenético de más cocodrilos, deleitándose con una presa.

Su reo.

Era devorado sin preámbulos, el chasquido de los huesos al ser triturados, volando parte de sus órganos en el frenesí, no era bueno quedarse observando asqueado la escena; cambio su rumbo, dirigiéndose a la arboleda que usaría como refugio temporal para evitar ser usado como el más delicioso plato exótico para cocodrilos.

Con gran esfuerzo, usando solo su brazo bueno, subió al árbol más cercano, algunos monos huyeron de sus ramas; intento acomodarse de manera lenta para no sentir los latigazos de dolor que irradiaba su hombro lesionado revisándolo, la sangre no dejaba de fluir, debía detenerla como fuera para no terminar desangrado en unas horas. El asunto no sería tan fácil. Retiro los restos de tela de torso, provocando una mueca dolorosa y rugido de dolor, la herida era fea, no tenía forma de unir todo el tejido desgarrado; por el frente eran tres pedazos de piel flotante. Suspiro exasperado.

Su primer trabajo en campo y Sebastián lo mandaría a la guillotina por esto.

«Maldito mocoso». Recordó las palabras que le decía exacerbado por su agresividad. «Por lo menos nos tienes a nosotros como amigos, si ese pendenciero se vuelve a meter contigo», sonrió a pesar de su dolor «se mete con nosotros».

Que grupo de amigos se había conseguido. Ese día su padre le dio la primera y última nalgada de su vida, dejando a un rubio de ocho años descolocado.

Suspiro, esperar seria su más grande tortura, bajando su mirada para divisar el cuerpo, o lo que quedaba de este del hombre que lo había metido en esta zona infestada de cocodrilos, y vaya a saber que más bichos prehistóricos, el cansancio estaba haciendo mella en él, llevaba treinta y dos horas sin descansar, el sangrado no mermaba a pesar del torniquete que se estaba colocando; lo máximo que podía dejarlo era una hora, y a este paso él se quedaría dormido en minutos.

Muy malo.

Entre tuvo su mente, pensando en estrategias de combate, luego mejoraría el motor del camión militar de la segunda guerra mundial, que había adquirido hace poco. Era su tesoro, pero si no salía de esta, no habría nada que reparar, y tenía una familia que lo sacaría del infierno.

Demonios.

De solo pensar en un Sebastián iracundo le elevo cada vello de su cuerpo.

Esos dos metros eran peligrosos.

La lluvia amainaba, permitiéndole ver mejor el horizonte, extrajo su brújula, su fiel instrumento, buscando el norte, girando su rostro al bosque, solo de pensar que debía adentrarse por allí para volver a Nueva Delhi le puso aprensivo. En otras circunstancias no le importaría, pero en su condición no caminaría ni diez kilómetros, y el recorrido sería de unos trescientos para llegar a un punto a salvo.

Con ese pensamiento se quedó dormido.

Gora[1] ¿Me escucha?

Parpadeo varias veces confundido, girando su cabeza alrededor, encontrándose con una habitación calurosa, un ventilador viejo en el techo que parecía a duras penas sostenerse en su lugar al girar por la oscilación inestable que tenía, humedad en una esquina, ventanas altas con ladrillo diseñado para refrescar el ambiente, bajo su cabeza para verse tendido en un camastro, con una sábana encima que tuvo mejores tiempos por su color amarillento y las puntas raídas, un hombre a su costado derecho con turbante quien le miraba ansioso, intento sentarse, pero volvió a caer pesadamente.

—Trate de no moverse Fhirangi[2], lleva semanas inconsciente…

«¿Semanas

»… le suturamos esa inmensa herida en su hombro.

Lo movió, sintiendo un tirón doloroso.

—¿Dónde estoy?

—En el hospital.

—Sí, pero en qué lugar.

—En Bangladesh, en la provincia de Khulna.

Su rostro no reflejo nada, estaba más lejos de su destino, ¿cómo demonios termino en otro país?

—¿Qué día es hoy?

—Treinta y uno de mayo.

—Demonios, Nikoleta me va a asesinar.

—¿Es su esposa?

—No, —sonrió—, mi hermana. ¿Cuándo me iré?

—Se le tendrá unos días más en observación. ¿De dónde es usted?

—De Escocia —respondió escueto.

—Está muy lejos de su país.

—Vine a conocer, había contratado un guía, que me robo y me dejo abandonado, lo que me lleva a preguntar, ¿cómo llegue acá?

—Unos pescadores lo encontraron inconsciente en un árbol, lo llevaron a su provincia, donde fue enviado acá al no poder tratar su herida. ¿Qué le ataco?

—Un cocodrilo, el cual no me heredo su piel, otros de sus amigos llegaron a cenarlo.

—Tiene suerte —aspiro agitado el médico.

—Yo lo llamaría un magnifico cuchillo.

—¿Cuál es su nombre?

—Jones Matters.

—Señor Jones —anotando su nombre en la historia clínica—, debo seguir con mi ronda, será trasladado a un área comunal, ya que despertó.

—Sí, gracias… —medito— Doctor…

—Aryan Radhav —se presentó.

—Doctor Radhav la cuenta hospitalaria, no tengo dinero…

—Es un hospital público.

—Sí, pero aun así.

—Es subvencionado por el gobierno —despidiéndose con un movimiento de mano.

Media hora después era llevado a una sala general, donde el ambiente no era precisamente agradable, el calor era agobiante, asfixiante, húmedo, al punto de no querer moverse; él no era miedoso con el calor, en Texas las temperaturas son altas, pero esto era a otro nivel. Ojeo a su alrededor, muchos pacientes se quejaban, demasiada gente para su gusto, en vez de parecer una sala de recuperación, parecía un mercado, demasiado ruido dentro y mucho más afuera. El sonido de los claxon, el griterío, la humedad, los animales.

¿Por qué demonios termino haciendo lo contrario?

La respuesta era sencilla.

Él era un controlador, prepotente, orgulloso y un dictador.

Suspiro.

Sebastián lo pondría en la guillotina.

Los días parecían pasar en cámara lenta, por él fuera ya habría desaparecido de allí; ahora caminaba por el hospital cabreado con el mundo porque ya deseaba irse y el maldito medico lo retenía. Entro a un área que nunca había visitado, divisando a lo lejos a su tortura. El medico hablaba con la policía, parecía agitado; su instinto le hizo sospechar, escabulléndose con agilidad entre la gente, acercándose sin ser visto, pero él era una llama amarilla demasiado visible, su otrora cabello casi rapado, ahora era más largo, el castaño claro demasiado distintivo ahora que se había aclarado por el sol, sus ojos azules eran un distintivo perenne de que era un extranjero, sin ignorar su altura. El resto de los mortales en el hospital eran de tez oscura, casi suelta una carcajada al pensar en su estúpida idea de pasar desapercibido. Llego detrás de los hombres, acomodándose en una banca junto a una anciana que le observo confundida y algo dubitativa, se veía tan pequeña a su lado. Le sonrió con amabilidad.

Ella estiro lentamente su mano posándola en su rodilla, temblaba considerablemente, él coloco su mano sobre la de ella, ofreciéndole consuelo.

—Eres un joven de otras tierras —le hablo en su lengua natal.

—Sí, —se sintió culpable porque le mentiría—, soy de una isla lejana.

—Mi difunto esposo viajo mucho.

—Eres soltera —le sonrió pícaro—, sería un honor conquistar a tan dulce dama.

Ella tuvo la cortesía de abanicarse el rostro con la otra mano.

—Pero que cosas dices, me avergüenzas.

—Eres tan dulce —inclinándose para darle un beso en la mejilla.

—Me vas a provocar un infarto, mi corazón ya no está para esos trotes.

—No quiero eso —se disculpó guiñándole el ojo—, pero ya te robe un beso. Soy feliz.

Ella rio encantada por el coqueteo, mientras él evaluaba a los policías y el médico.

—Cuéntame sobre ti cariño —le motivo Paúl, pareciendo interesado.

Ella dio un largo suspiro, parecía destruida al iniciar su relato, él se enfocó en escucharla asintiendo, pero al mismo tiempo ponía atención a los hombres, quienes buscaban a un extranjero peligroso, lo cual le preocupo porque él era el único en todo el hospital, se preparó para su próxima huida.

—Llevo seis meses acá —volvió a suspirar apesadumbrada con ese toque de tristeza—, mi familia me abandono.

Lo atrajo al instante a este momento.

— ¿Hiciste algo para que ellos realizaran esto?

—Sí, —admitió desviando su mirada al cielo—, critique a las esposas de mis hijos. Ellos no me creen que solo los desean por su dinero —hizo que él se inclinara—. Tengo pruebas, pero no se manejar esas cosas modernas.

— ¿Quieres que te ayude, cariño?

—Eres un joven muy dulce —buscando dentro su sari[3], extrayendo una pequeña grabadora digital—. El joven de la tienda me explico cómo manejarla, yo la coloque en un sitio que no se notara.

—Dame eso cariño —extendiendo sus largos dedos para mirar la grabadora—, tienes muchas horas de grabación.

—La deje un mes allí —tosió agotada—, rara vez me permiten ver a mis nietos, o mis dos hijos.

—Pero me tienes a mí —se llevó su mano arrugada por los años a sus labios, besándola con lentitud—, escuchemos esto los dos, te ayudare.

— ¿Quién es usted? —expreso una voz enojada.

Los dos levantaron la vista, para encontrarse con dos hombres en sus cuarenta años, detrás dos mujeres con mirada de asco ojeaban alrededor.

—Soy su novio —manifestó Paúl, escondiendo con agilidad el aparato, extendiendo la mano para presentarse.

— ¿Novio? —escupió con repulsión una de las mujeres—. Esa vieja decrepita no levanta ni un dedo.

— ¡Basta! —gruño uno de los hombres.

—Cariño, ellos te están molestando —miro a la mujer, apretándole levemente la mano, para darle autorización de actuar.

—Son mis hijos —dijo triste.

—Cariño ¿pero qué dices? Te tratan horrible. Me contaste que eran unos caballeros —metiéndose en el papel—. Ya no es posible que hagamos negocios.

— ¿Qué negocio? —interesada una de las mujeres.

—No, no —chasqueo la lengua—, es algo entre mi dulce dama y yo.

—Madre, ¿de qué habla este Fhirangi?

—Cosas sin importancia.

—Suegrita, vinimos a ver cómo esta. Le queremos llevar a casa.

Sintió como ella se tensaba inmediatamente, ante el tono totalmente hipócrita de la mujer.

—Escuche al médico que su salud era delicada —continuo Paúl con su historia—, hoy por fin salimos a tomar el sol. —esperando que le creyeran.

—Madre, insisto, ¿de qué habla este hombre?

—De varios millones —contesto él, ante el nuevo ataque.

— ¿Va a invertir en la empresa familiar? —pregunto el otro hombre.

—Sí —los envolvía rápidamente, averiguando de paso en que cosa se había metido sin darse cuenta.

—Los saris y los punjabi[4] solo son hindúes —continuo el otro hombre— ¿por qué quiere invertir millones?

—El mundo se expande —utilizaría su arma chantajista como la llamaba Christopher, para manipular a las personas—, no creí que tuvieran una mente tan reducida —miro a la mujer a su lado—. Pensé que era broma lo que me decías cariño.

— ¿Qué le dijo nuestra linda suegra? —Eso sonó tan ponzoñoso, que todos le dieron una murada reprobatoria, haciéndola pasar saliva—. Quiero decir —continuo—, que nuestra suegra ha estado deprimida.

—Mi cariño me informó que son una empresa familiar, y la familia no deja a extranjeros entrar —conto triste—. Lo siento —le dio un beso en la frente—, me emociones demasiado con mis ideas de nuevos uniformes para las agencias. ¿Me perdonas cariño?

—Señor, denos unos minutos.

Este viaje se alargaría, que problema ser un bocón y atacado para hacer las cosas. Se levantó de la silla, sintiendo la leve presión en la mano de la mujer. La que casi le gritaba con los ojos que no la dejara sola.

—Claro, —se inclinó dándole un beso en la mano—, estaré cerca.

Se alejó, aprovechando para acercarse a los policías y el medico a quienes saludo como si se conocieran de toda la vida, ubicándose de tal forma que pudiera vigilar a su nueva amiga.

—Ustedes me podrían facilitar un teléfono —suspiro—, debo llamar a mi hermanita, quien debe estar preocupada porque no ha sabido nada de mí desde hace semanas. Había quedado en contactarla hace días, nos hablamos casi a diario —casi le salieron las palabras en una súplica, colocando ojos de borrego deprimido ante su soledad. Yo le pediré que me envié dinero, para el costo de la llamada y los gastos que sean necesarios por mi abuso.

—Si Fhirangi —se apresuró el médico, extrayendo su teléfono móvil, se lo entrego.

—Gracias —haciendo que le temblaban las manos de la emoción—. Mi dulce hermana cumplió años, y no la felicite —si le escuchara Nikoleta, lo estaría lanzando del balcón de la oficina.

—Procure no demorarse mucho —le solicito el médico, alejándose con los policías.

Asintió, marcando el número de la oficina

—Diseños Elite, buenas tardes. En qué lo podemos ayudar.

—Comuníqueme con la Señorita Papandreu.

— ¿Quién le llama?

—Es urgente, estoy llamando desde el exterior.

—Si no me dice quien la solicita, no se la puedo pasar.

Respiro pesadamente, esta debe ser nueva porque no conoce el protocolo de emergencia, y no estaba para idioteces.

—¡Maldita sea, pásame a la Comandante, es una orden!

— ¿Comandante? No sé a lo que se refiere —gritándole por la línea—. Déjese de bromas.

—Por qué demonios contratan a taradas que no saben ni donde trabajan —gruño exaltado—. Entonces páseme al Coronel Usui.

—No existe esa persona, ya le dije… —la línea se quedó muda, el miro el teléfono, tal vez estaba sin batería, pero el jaleo al fondo era otra historia— ¡Esta despedida! —se escuchó el grito de Sebastián, al punto que tuvo que alejar el teléfono por el tamaño del alarido—. Ya no la quiero volver a ver jamás por acá. —los sollozos en el fondo le indicaron que la mujer estaba asustada—. Buenas tardes —era la voz de Sebastián—, ¿Qué requiere?

—Estoy vivo —respondió escueto—, pero necesito asistencia. En resumen: monzones, reo muerto, cocodrilo ataco, hospital en Bangladés, herida profunda, necesito a Niki.

—Me tenías preocupado —suspiro Sebastián—. ¿En cuánto sales de allí?

—Espero que pronto hermano —para calmarlo un poco—, pero en serio, tengo poco tiempo, pásamela.

—Hola nene —le saludo emocionada Nikoleta.

—Beba, necesito varias cosas, una empresa ficticia en Escocia, millones en un banco en suiza, y por último que destruyas este móvil dentro de unos diez minutos.

—Hecho, ¿Cuánto tiempo requieres?

—Es urgente. Sebas —sabiendo que estaba en manos libres—, investiga a una familia de una dama llamada Priyanka Malhotra, es una situación delicada con ella, voy a ayudarla, pero necesito la información a profundidad.

—En una hora tengo todo —le indico—, busca otro móvil, Niki, va a fritar el que tienes dentro de poco.

—Si. —colgando la llamada. Acercándose al médico que vio salir corriendo a los policías, al ver a un hombre de cabello rojo, que al verlos, salió corriendo buscando una ruta de escape, pero tropezó con unas niñas que empezaron a gritar histéricas al ser arrojadas con violencia por el hombre al tomarlas de las axilas lanzándoselas a los oficiales, como si fueran muebles. Un golpe lo derribo, dado por un conserje, que lo abatió con la escoba con la cual estaba limpiando el piso. Era inútil correr más.

—Ese hombre es malo —le informó el médico retirándose el sudor de su frente—, lo estaban buscando hace días, ha estafado a mucha gente, violo a varias niñas, y mato a dos padres al intentar defenderlas.

—Oh —suspiro internamente, este sería uno de esos momentos del universo donde perdía un reo, y obtenía a otro, si la policía local no eran unos tarados y lo dejaban escapar—. Muchas gracias, mi hermana quedo feliz y llorando mucho, espero estar de nuevo en casa en breve.

—De nada —mirando detrás de él—. Tenga cuidado con los familiares de Malhotra, soy sádicos y gente codiciosa, ella es una mujer que ha sufrido por muchos años, intentando mantener la ética de su empresa, fue herencia de su esposo hace cuarenta años, pero la entrada de las nueras ha sido un verdadero karma. La mujer vive es de milagro, la han intentado asesinar en múltiples ocasiones.

—Espeluznante —se agito, la información fue inesperada—. ¿La conoce bien?

—Sí, ha sido mi paciente por treinta años. Sus escoltas no la dejan para nada, me extraña que no lo hayan atacado.

— ¿Escoltas? —haciéndose el tonto, los había visto en el momento que se sentó, y ella hizo una suave señal de que les dejaran—. Nunca los vi.

—Sí, son cinco —mirando su móvil que vibraba en ese momento—. Debo ir a una emergencia, cuídese Señor Matters, tal vez no amanezca mañana si se entromete demasiado.

Eso realmente era un aviso de lo peligrosos que son los familiares. En sus manos estaba una prueba dura, que debía ver como la enviaba a la oficina de manera rápida y ver como salía del lio en que se había metido.

— Fhirangi.

El giro su cuerpo al ver frente de si, a uno de los hijos de la señora.

—Señor Matters —respondió a cambio—. Es mejor así.

—Como sea. —aun agresivo—. Nuestra madre no quiere decir mucho sobre el negocio que tienen entre manos, ella ya no tiene potestad ni autoridad para tomar decisiones en cuanto a negocios, es nulo el acuerdo que han hecho.

Se encogió de hombros —Está bien, ella no insistió tampoco en el tema. Le vi la posibilidad para toda mi empresa, que está a punto de ser expandida en la India. Buscare otro proveedor, que esté dispuesto a trabajar con extranjeros. Las posibilidades son muchas. —Alejándose de él, para ir donde se encontraba rodeada la mujer—. Cariño, debo salir una hora, te veré para la cena, cuídate —dándole un beso en la mano.

—Señor Matters, tal vez si hablamos…

—Lo pensare, pero no por ustedes —soberbio y orgulloso—, sino por mi bella dama, pero se lo repito, no los necesito para continuar con mis negocios.

Alejándose para ir a la salida, debía buscar un móvil, urgente, así tuviera que robarlo. Su paso decidido lo encamino a la ala del hospital, donde tenía sus mínimas pertenencias, tomo un cambio de ropa limpio, detestaba esas sandalias, pero encontrar calzado de su talla, era una tarea difícil, debía amoldarse.

Su vecino de cama estaba durmiendo, la medicación que le daban era tan fuerte que no estaba en la realidad muy seguido, el móvil en la mesa le hacía señales para ser tomado, miro a su alrededor de manera fugaz, para hacer su tarea, tomando a velocidad este y emprender la salida. Marco una serie de números, como le había enseñado Maurice, logrando la llamada que necesitaba para marcado internacional.

—¿Hola?

—Beba, soy Jones Matters, de Escocia, tengo una multinacional que no tengo ni mierda de idea sobre qué, pero pienso ayudar a una mujer, que se veía desesperada…

—Disculpe, ¿Quién?

Se estaba burlando de él, su némesis no estaba cerca porque el asunto sería peor. Respiro profundo, esto era pan de cada día con ellos.

—Voy a contar sobre tu última adicción a los caramelos de coco.

—Aahh, pero si es mi lindo hermano, sexy texano. ¿Cómo está tu hombro?

—Ya encontraste mi historia clínica, que rápida.

—Por favor nene, desapareciste ocho meses, estamos removiendo el planeta para que estés en casa nuevamente.

Sonrió, contándole todo lo sucedido durante esos meses, incluyendo al nuevo prisionero, del cual iría a indagar lo más pronto posible. Suspiro al escucharla despotricar contra el clima, y el cocodrilo, como si con eso pudieran solucionar su nueva cicatriz, que se unía a las otras de su juventud. Rio ante las palabras duras de fondo de Sebastián, discutiendo con alguien más. Sentía que ellos eran su todo, sin ellos nunca hubiera encontrado rumbo en su vida desde niño.

Suspiro escuchando las palabras de fondo en una discusión con Maurice y Nikoleta, quien por lo visto acaba de llegar, intentando como siempre persuadirla para que le besara. Esto parecía de nunca acabar, quedándose en la línea pensando en su propia existencia, sus falencias emocionales como decía Peter, quien había encontrado hace poco a una mujer exuberante que lo tenía loco.

—Está listo —le saco de su interludio mental Nikoleta—, tu emporio está en línea, Mau metió parte de mano.

—Gracias.

—Quiero tu cuerpo lo más pronto posible vivo en París —dijo Maurice—. El abuelo nos solicita a todos.

—Solo necesito dos días —estremeciéndose ante las primeras gotas—. Este clima es extraño, pensé que solo llovía en la India, pero acá cae también en la zona.

—Los monzones son así —hablo con Sebastián ahora—. No faltes. Busca un computador, te vas a divertir un montón con lo que indague. Ten cuidado, hay demasiados muertos en esa familia.

—Es mi área de zona de misterios —sonrió ante la idea de un caso tan divertido para él.

[1] Gora: Es una expresión india que significa “piel blanca”. Los británicos gobernaron la India y, al ser de piel blanca y clara, a menudo se los denominaba "gore" (forma plural de gora). Esta palabra se convirtió en sinónimo de los extranjeros durante ese período de tiempo, especialmente por el color de la piel y sin importar el país del extranjero. Dependiendo como se use puede llegar a ser despectivo.

[2] Fhirangi: En India significa un extranjero, de nuevo, su uso podría ser racista dependiendo de cómo lo usen.

[3] Sari: Es un vestido tradicional usado por millones de mujeres del subcontinente indio. Toma nombres distintos en los diferentes idiomas indios: en hindi, guyaratí y maratí, se le llama sāṛī; en canarés seere; en telegú cheera y en Tamilpodavai. Es un largo lienzo de seda ligero. Debajo del sari las mujeres tienen que ponerse una blusa y una breve enagua e introducen un extremo del sari en la cintura y lo empiezan a enredar alrededor de su cuerpo para vestir el sari.

[4] Punjabi: Es una camisa larga hindú que llega hasta las rodillas.

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