Salí del área de impresión con los pasos acelerados, la sangre aún hirviendo en mis venas. Marqué un número en mi teléfono mientras bajaba por el elevador, y al no recibir respuesta, decidí escribir un par de correos con instrucciones precisas. No podía darme el lujo de perder el tiempo.

Al salir del edificio, Lili apareció de frente, mirándome con el ceño fruncido.

—¿Qué ocurrió? —preguntó, examinando mi rostro con cautela.

—Nada —respondí en tono firme, aunque mis ojos aún brillaban de ira —Te veré en la tienda más tarde, tenemos que elegir nuestros vestidos.

Sin dar más explicaciones, me dirigí al estacionamiento. El motor rugió al encenderlo, y me lancé directo al banco donde sabía que trabajaba un viejo amigo de papá. Él, con más de cincuenta años, era uno de esos hombres que no hacían preguntas cuando olían una transacción jugosa.

—Kendall, qué gusto verte —dijo con una sonrisa amplia —¿En qué puedo ayudarte?

—Estoy interesada en adquirir una casa. —Le ofrecí una lis