La mano con la que sostenía el cuchillo empezó a temblar de manera incontrolable, pese a todos mis esfuerzos por mantenerla firme.
Sin embargo, apreté con fuerza los dientes y me obligué a resistir:
—Si es así, entonces dejaré de tratar a la señorita Viviana. No volveré a atenderla. ¿Pero por qué tienes que matarme?
—Simplemente porque me caes mal —respondió, con una indiferencia que me heló la sangre.
Me quedé pasmado ante semejante motivo tan estúpido.
¿Solo porque le resultaba desagradable, ya quería matarme?
Él no era más que un asqueroso perro de Mikel, una simple marioneta a su servicio, y aun así se atrevía a despreciar la vida humana como si no valiera nada...
Siendo así, ¿cuán aterrador debía ser entonces Mikel?
No me atreví a seguir indagando en esos pensamientos.
Un temblor recorrió mi espalda cuando una posibilidad siniestra se cruzó por mi mente: ¿y si Mikel había consentido todo esto desde el principio?
Quizá, desde la segunda vez que Viviana vino a buscarme, mi vida ya e