—Dime la verdad —exigió María, visiblemente alterada:— ¿Qué es lo que te está pasando?
Sabía perfectamente que, si Viviana no tuviera realmente algo importante, jamás la habría citado en mitad de la noche solo para charlar como dos hermanitas y tomar un café.
Para María, era evidente que Viviana no solo estaba intentando mostrarse afectuosa; más bien, parecía que estaba dejándole instrucciones o, peor aún, despidiéndose.
Esa idea le provocó un nudo en el estómago y le puso los nervios de punta.
Por más altibajos que hubiera habido entre ellas, por mucho que a veces despreciara las decisiones de Viviana, lo cierto era que le tenía un profundo cariño.
No quería verla caer y mucho menos lastimada.
Claro que ambas eran demasiado orgullosas para reconocerlo en voz alta.
Ninguna de las dos estaba dispuesta a ceder primero, ninguna estaba dispuesta a mostrarse vulnerable.
Viviana, como si nada hubiera pasado, le respondió con una sonrisa tranquila:
—Estoy bien, de verdad. Es más, estoy planea