—¿Y por qué no lo trajiste antes? —me recriminó Viviana con una expresión de reproche en el rostro.—Se me ocurrió recién anoche —me apresuré a explicarle:— Hace años que no vuelvo al pueblo; he estado estudiando fuera casi todo el tiempo.
Viviana soltó un enorme bostezo, sin disimulo alguno:—Estoy muerta… Me voy a descansar un rato. Quédate tú aquí vigilando.
—Claro, anda, descansa un poco —le dije con comprensión.
Se le notaba en la cara: estaba completamente agotada.
En serio, esta mujer era admirable.
Por el marido de su mejor amiga, había pasado la noche en vela sin quejarse ni una sola vez.
Y eso que en casa de Mikel, Viviana era como una reina, acostumbrada a ser cuidada y consentida a más no poder.
Tener una amiga así, tan leal y generosa, no era nada común.
Cuando Viviana se marchó a descansar, Lucian la siguió sin decir palabra.
Ese tipo siempre era así: callado, serio, como una especie de guardaespaldas silencioso.
Pero al menos, en las últimas veces que nos vimos, ya no fue