Y, además, sentía un orgullo inmenso.
Había logrado dominar a Manuel, y no solo eso: había conseguido intimidar a todos esos pequeños matones. Me sentía muy poderoso, como si nada pudiera detenerme.
Aun así, no bajé la guardia ni por un solo segundo. Continuaba presionando una y otra vez con fuerza el cuello de Manuel, sin ceder ni un instante.
—Sabía que no te ibas a rendir tan fácil —le recriminé con frialdad dijo: — pero no imaginé que te moverías con tanta rapidez.
—Estás obsesionado con el Hospital San Rafael, el del señor Aquilino. Sé que me detestas, y mientras no consigas lo que quieres, vas a seguir viniendo como si nada. No te vas a detener, ¿verdad?
—Pues escúchame bien —continué, fijando mis ojos sobre los suyos con determinación: — olvídate del Hospital San Rafael. No vas a ponerle un dedo encima, y tampoco vas a tocarme a mí. Así que será mejor que dejes de rondar como un buitre, porque si me empujas al límite, seré capaz de hacer cualquier cosa. No me subestimes.
Mientra