En ese momento, estaba tan asustado que casi me costaba respirar.
Rápidamente bajé la cabeza, no quería que María me viera.
—¡Levanta la cabeza! — María me ordenó con tono firme.
No me atreví a levantarla. Hubiera querido que la mismísima tierra me tragara en ese momento y desaparecer a aguantarme eso.
Al ver que me negaba a cooperar, María le dijo a los dos tipos enormes que estaban a su lado: —Hagan que levante cabeza.
Los dos aprovechados, con fuerza, me sujetaron la cabeza.
Sentí como si me estuvieran atrapando con un par de tenazas, el dolor era intenso y no podía moverme.
Lo más aterrador era que, al levantarme la cabeza, me vi obligado a enfrentar a María directamente.
— ¿Gaspar ?, ¿Óscar?
—No me imaginaba que esos dos fueran tú.
No me atreví a admitirlo. Si lo hacía, sabía que no tendría escapatoria, sería mi fin.
Entonces, sin dignidad alguna, me reí de forma forzada y dije: —¿Gaspar? No entiendo lo que estás diciendo.
—¿No entiendes? Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Es la prim