En ese preciso momento, me sentí algo provocado por María. Mi actitud no lograba suavizarse, y en lugar de eso, empecé a discutir con ella de manera inútil: —Eres realmente, una mujer muy interesante. Me desprecias, pero aun así has tenido relaciones sexuales conmigo varias veces.
—¿Estás intentando humillarme a mí, o te estás humillando a ti misma?
—¡Cállate! Ya te dije que no vuelvas a mencionar esas cosas, — me gritó furiosa María.
Respondí con rabia: —No es que yo quiera mencionar esto, pero tú me estás forzando a hacerlo.
—Por favor, reconoce tu lugar. Si no quieres aceptar que tenemos algún tipo de relación, entonces no tienes derecho a meterte en mis asuntos.
—Y ni se te ocurra seguir dándome órdenes, detesto este tipo de comportamiento tuyo.
Cuanto más hablaba, más me exaltaba. Ya no me importaba nada y empecé a responderle a María sin freno alguno.
Sin embargo, esta vez María no continuó la discusión. Optó mejor por quedarse en silencio.
No sabía qué pensar, ¿qué estaría pensa