Sin embargo, si Manuel seguía buscándome problemas una y otra vez, sabía muy bien que no iba a quedarme tan tranquilo de brazos cruzados.
Con una expresión seria, lo miré fijamente y le dijo:
—¿Ya terminaste de hablar? Si es así, por favor, sal. Necesito trabajar.
Manuel me miró con arrogancia y respondió:
—¿Eso significa entonces, que estás dispuesto a cederme a esa mujer?
—Deja de decir tonterías.
—Muy bien, como quieras. Nos veremos las caras —dijo, antes de darse la vuelta y marcharse.
Primero el asunto con la señora Elara, y ahora esto con Viviana. Estaba claro que mi conflicto con Manuel había llegado a un punto de no terminar jamás.
Pero, sinceramente, esto ya no me importaba. La situación era la que era, y no valía la pena darle más vueltas al asunto.
El problema fue que Manuel decidió seguir molestándome durante toda la tarde. Debido a sus constantes interrupciones, no atendí a ningún cliente durante ese día.
Sin clientes, no hubo propinas.
Además, aunque recibía un salario ba