Amanda estaba a punto de llorar.
Jorge se había ido y cuando volvió en la noche, el abuelo ya había preparado la cena.
Jorge miró asombrado los platos y luego a Amanda con una expresión poco amigable.
Amanda bajó al instante la cabeza al plato, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
Brócoli, cebollín, espinacas, carne... Hay de todo.
Todo tenía efectos tonificantes y muy revitalizantes.
—Come más.
El abuelo llenaba una y otra vez el plato de Jorge sin disimulo alguno, prácticamente anunciando a todos los sirvientes de la casa que Jorge tenía problemas.
Amanda quería morirse.
—Vale, pues comeré.
—Bueno, abuelo, ya terminé de comer. Subiré a mi habitación.
—Ve.
Jorge terminó muy juicioso de comer y subió, con el rostro ensombrecido.
Amanda quería fingir que dormía, pero tenía que cambiarle el vendaje a Jorge.
Con su estatus, no era conveniente que se quedara en el hospital, ya que podría atraer la atención de personas realmente malintencionadas.
Así que, ella era responsable por