Mateo despierta con la cabeza pesada y palpitante y la mente nublada. Parpadea mirando al techo, intentando alinear los fragmentos de la noche: un bar, la música, la repentina oscuridad entre las cosas. Su camisa está arrugada; la cama a su lado parece desordenada. Por un segundo, su cerebro es una pizarra en blanco y ese vacío se siente como un moretón.
La puerta del dormitorio se abre y aparece Valeria con una bandeja. Es serena, practicada: voz suave, ojos brillantes, una sonrisa que parece compasión en un escenario.
"Buenos días, cariño", susurra mientras deja la bandeja. "¿Cómo te sientes?"
Mateo busca a tientas el agua de la bandeja, con la garganta seca. "No... no sé", dice con la voz ronca. "Me duele la cabeza. ¿Qué pasó anoche?"
La sonrisa de Valeria se tensa un poquito. Se sienta a los pies de la cama, juntando las manos como para consolarlo. “¿No te acuerdas? Ay, Leo… estabas que ardía anoche. En serio.” Su tono es casual, indulgente. “Estuviste hablando de Emilia todo el t