Diez

Emma

La mañana siguiente subí las escaleras de uno de los pasillos del instituto y me dirigí a la sala de proyección. Tenía la almohada pegada a la cara y a mi alma la había abandonado en mi cama en el momento en que sonó la alarma y mamá tiró de mis pies para que saliera de mi lugar de descanso.

Era martes y ya sentía las ganas de que fuese fin de semana para dormir todo lo que yo quisiese. 

—¿Se murió alguien? —elevó las cejas cuando llegué a su lado.

—Estoy cansada, Kendall. No me molestes. 

Rodó los ojos y me senté junto a ella.

—Recién pasó la directora y nos avisó que la profesora no vendrá. 

—¿Ah, no? —pregunté contenta. 

—Creo que dijo que se enfermó o no sé qué

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