Inicio / Romance / La traición de la Exnovia / Capítulo 4. Visita sorpresa (parte 2)
Capítulo 4. Visita sorpresa (parte 2)

Milo Prince

Mi estómago se revuelve y creo que estoy a punto de vomitar lo poco que desayuné en el avión, pero no puedo dejar de ver.

El tipo se inclina contra ella, le toma la barbilla entre sus dedos y sin que Viena haga nada por detenerlo, la besa con un gesto ansioso que hace que mi mundo empiece a resquebrajarse.

Miro la pantalla gritando en mi interior que lo suelte, que lo empuje, que lo aparte, pero ella no le da el empujón que debería, no le dice que es un maldito idiota atrevido y tampoco le pide que la suelte. Ella solo recibe el beso, sin dejar de caminar con él hasta el ascensor, donde el video termina.

Por un instante no respiro. La garganta se me cierra y mis pulmones se niegan a llenarse de aire. Siento un zumbido en los oídos y comienzo a marearme. El celular casi se me cae de las manos cuando estas comienzan a temblarme.

«Esto es mentira».

«No. No puede ser real. Ella no me haría esto».

No quiero creerlo, me niego, pero la imagen sigue ardiendo en mi cabeza y en la pantalla de mi teléfono.

Doy un paso atrás, intentando procesar lo que acabo de ver. Intentando entender cómo ella fue capaz de eso.

Mi teléfono vuelve a vibrar y el pecho se me encoge, porque no espero nada bueno.

»Eras solo el antojo de una niña mimada, la apuesta de una caprichosa sin control. Si entras a esa habitación, confirmarás lo que ya tienes que saber.

Miro la puerta y caigo en cuenta de lo que hago aquí.

—No… —susurro y ni siquiera reconozco mi propia voz, porque sale demasiado ronca.

Escucho el clic de una cerradura y me quedo helado. Pido que no sea la 406 la que se abra, que sea la de al lado o incluso la del frente, pero la puerta de la habitación se abre lentamente y no tengo que esperar demasiado a tenerla frente a mí.

Viena.

El tiempo se detiene al igual que mi corazón. La detallo bien y lo primero que noto es que tiene el cabello revuelto, los labios hinchados y el vestido arrugado. Sus ojos están vidriosos y confundidos, pero son las marcas en su piel las que terminan de matarme en vida.

Mi garganta se seca. Ella me mira, y su expresión me afecta mucho más que el maldito video, porque lo que veo en ella es miedo.

Miedo a ser descubierta. Miedo a perder su poder sobre mí.

—Milo… —susurra, temblando—. No es lo que parece.

No puedo hablar y tampoco puedo moverme. Solo la miro, tratando de entender lo que está pasando y por qué ella me hizo algo como esto.

—Por favor, déjame explicarte.

«No puede ser. No puede ser ella».

Veo sus labios moverse, pero no escucho nada de lo que dice. Solo siento el pulso en mis sienes, el zumbido en mis oídos y el aire que parece no querer entrar. Ella está ahí, frente a mí, con la culpa escrita en cada parte de su piel.

Sus labios se abren, pero las palabras se ahogan en el silencio.

Yo sigo sosteniendo el teléfono en la mano, lo aprieto con fuerza, es el ancla que me mantiene aquí, que me evita explotar cómo la bomba de tiempo descontrolada que soy ahora. Es lo único que me ata a la realidad, a lo que ella hizo. Lo único que va a callar esos pensamientos que buscan justificación en sus acciones, porque no las hay.

—Por favor, Milo. No me mires así —repite, más fuerte, con la voz quebrada.

—¿No? —Mi voz suena tan fría que ni yo la reconozco—. Porque se ve bastante claro que no hay lugar a dudas.

Viena da un paso hacia mí, pero retrocede cuando ve mi expresión.

—Milo, por favor, te lo juro. Yo… no sé qué pasó. Mi mente… Quizás bebí de más, no lo sé…

—¿No sabes qué pasó? —repito, riendo sin humor—. Yo te diré lo que pasó. Fui un maldito capricho para ti y caí como un idiota. No sé cómo pude pensar que valías la pena, debí verte más, debí pensar mal. Nada bueno puede salir de la hermana menor que se encapricha con el amigo de su hermano. ¿Querías atención? Te la di, debes estar muy conforme.

Su rostro cambia por completo. Los ojos se le llenan de lágrimas y el labio inferior le tiembla, pálido. Pero no caigo. Ya una vez me dejé llevar por sus encantos.

Encantos que me trajeron hasta aquí, y ser el mayor cornudo de todo el maldito país.

—¿Cómo puedes pensar eso, Milo? Sabes que no es así, no podría —asegura, pero es una mentira. No es más que eso.

Sus lágrimas comienzan a rodar y me odio por no poder correr a limpiarlas, por ser el causante de ellas. Pero no puedo hacerlo, no puedo lamentarme por ella. No después de lo que vi.

—Milo, escúchame, por favor. Yo no… —su voz se rompe a mitad de la frase—. No quería… no pasó nada porque yo quisiera.

Cierro los ojos un segundo para no perder el control, para no hacer o decir algo peor. No puedo soportar más escucharla.

—No digas más —respondo, levantando una mano—. No quiero oír otro intento de excusa.

—¡No son excusas! —grita, y el sonido rebota en el pasillo vacío.

—¿Quieres que crea que te “mareaste” justo encima del tipo que te besaba? —escupo la palabra con asco y resentimiento—. ¿O que se te olvidó empujarlo? ¿O que se te olvidó cómo se cierra una maldita puerta?

Ella sacude la cabeza, desesperada.

—¡Milo, lo juro! Yo nunca, nunca te haría esto.

—¿Y pretendes que te crea? —pregunto, incrédulo—. ¿De verdad piensas que soy tan estúpido?

—¡No! —solloza—. No, Milo… no. Yo te amo. Yo… yo…

Detengo su frase con un gesto, uno que nos sacude a ambos.

—No digas esa palabra —susurro, sintiendo que algo se quiebra dentro de mí—. No la uses ahora, porque ya no vale.

Viena se queda pálida, apenas respira. Le tiemblan los labios, las piernas y las manos.

—¿Milo? —su voz sale rota, afónica.

—No la uses —repito, esta vez con más dureza—. El amor no se hace en un hotel con otro tipo.

Ella aprieta los párpados, como si eso pudiera borrar el dolor que le estoy clavando. Y aunque lo sé, aunque lo veo, no puedo detenerme.

Abre la boca para decir algo más, pero no vale la pena.

—No me mientas más —exijo con frialdad—. No después de todo lo que hicimos para poder estar juntos, después del tiempo que perdí contigo. Me mentiste en la cara diciendo que me extrañabas, mientras esperabas que otro pasara por ti. ¿Fue real el encuentro con tu padre? ¿O esa fue también otra mentira?

Ella niega con la cabeza, desesperada.

—Te amo, Milo. Te amo, y no sé qué pasó, pero te juro que nunca te traicionaría. Tienes que creerme, por favor —suplica.

Me duele, pero no puedo. No cuando el dolor pesa más que cualquier promesa. Me paso las manos por el rostro, intentando contener la rabia que me está consumiendo.

«Tienes que pensar con la cabeza fría, Milo. No te dejes llevar por las emociones. Ella te engañó, lo hecho, hecho está». Me digo a mí mismo.

Cuando vuelvo a mirarla, ya no queda rastro del chico que voló a verla con una sorpresa en el bolsillo. Solo queda el tipo que acaba de ver cómo todo lo que amaba se destruye frente a él.

—Si así me amas —susurro, con la voz ronca—, prefiero no tenerte. Prefiero no tener tu amor. Un amor falso, lleno de mentiras y traiciones. No digas nada más, no valdrá la pena. Tú no vales la pena. Lo que siento por ti acaba de morir, porque tú te encargaste de matarlo, Viena.

Su rostro se descompone. Y no sé si me duele más verla así o darme cuenta de que estoy diciendo la verdad. Guardo el teléfono en el bolsillo, giro sobre mis talones y camino hacia el ascensor sin mirar atrás. Cada paso me pesa como si arrastrara los restos de algo que no sé cómo enterrar, una parte de mí quiere devolverse, preguntarle el por qué me hizo esto, por qué me hace sentir como basura, como alguien reemplazable, después de todo lo que pasamos.

Pero sigo adelante.

Cuando las puertas del ascensor se cierran frente a mí, cierro los ojos y aprieto la caja del colgante en mi mano. El terciopelo se aplasta y con él, todo lo que había planeado para esta noche. Toda mi esperanza de un futuro con ella.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP