15. Los arrebatos de Carlo

Carlo

—No puede conducir en ese estado. —Había dicho el guardia de seguridad del Hassier al mío.

—Gracias por avisarme que mi jefe estaba aquí. —Apenas y podía ver como Enzo se daba un apretón de manos con el tipo que me había retenido para que no siguiera tomando desde hacía ya un rato.

—De nada, compañero. —Se apresuró a decir mientras yo me dejaba sentar sobre el borde de la cuneta—. Le reconocí de inmediato y supe que si le llamaba a la policía lo sabría la prensa. Supongo que eso no es algo bueno para los Ferragni.

Me dolía la puta cabeza y me encabronaba que hablasen de mi como si yo no estuviera presente.

—Joder, sí. —Aceptó Enzo después de un rato—.  Has hecho bien amigo, te la debo.

Cuando le volví a ver, ven

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