A la mañana siguiente, apenas salí de la residencia para ir a comprar el desayuno, vi a Daniel en la entrada del dormitorio de chicas.
—¡Camila! —dijo con una sonrisa incómoda, aunque en sus ojos brillaba una chispa de esperanza.
Hice como si no lo conociera y lo pasé de largo.
—Hablemos un momento —Se apresuró a alcanzarme.
—No hay nada de qué hablar.
Recordaba que, al divorciarnos, le había dicho que lo mejor era no volver a vernos, y que, si nos encontrábamos, deberíamos actuar como si no nos conociéramos. Pero, evidentemente, él había olvidado mis palabras.
Daniel dio un par de pasos y se interpuso en mi camino.
—Camila, no hagas esto. Solo quiero saber de ti. ¿Cómo es que viniste a País de Malina? ¿Has estado aquí estos seis meses? Si no le hubiera preguntado a Marcos, ¡él no me habría dicho nada!
—¿Necesitas reportarte con el señor Castillo? —le respondí, mirándolo sin emoción.
En estos seis meses lejos de Daniel, realmente había sido feliz y me había sentido bien. Había olvidado