06

**CHAPTERS 06**

— No te cae bien el doctor, ¿verdad ? — pregunta con una sonrisa burlona.

Niego con la cabeza, muy rápido.

— Está bien, estaré ahí todo el tiempo — responde mientras aplica antiséptico en uno de mis cortes.

Suelto un quejido de dolor y él me mira con expresión de disculpa. Continúa por todo mi cuerpo, arriba y abajo, gruñendo de vez en cuando al ver mis heridas. Cuando termina, cierra el botiquín de primeros auxilios y tira todo lo demás a la basura. Se acuesta a mi lado y me toma de la mano.

— Creo que deberías descansar. Podemos hablar más cuando despiertes, estaré justo aquí, en este escritorio, ¿de acuerdo ? — murmura.

Asiento con la cabeza y él me cubre con las mantas antes de apagar la luz. Envuelta en su calor, en su olor, y sabiendo que está cerca, me duermo mucho más fácilmente de lo habitual.

**Punto de vista de Beck :**

Dos meses. Llevo casi dos meses fuera de casa, si no es que más. Estoy más que listo para volver. He estado viajando por el país, inspeccionando y supervisando los territorios más lejanos de la manada. Por fin voy de regreso a casa.

Voy sentado en el asiento del conductor de mi hummer negro, seguido por otros seis vehículos iguales, llenos de los miembros más confiables de mi manada. Me froto los ojos cansados y ajusto el volumen de la radio. Vuelvo a fijar la vista en el largo tramo de carretera frente a mí. Son casi las dos de la madrugada, y llevamos más de diez horas en la carretera, deteniéndonos solo para ir al baño o por algún tentempié. Empiezo a sentir un cambio, me siento más tranquilo a medida que nos acercamos al territorio de la manada y empiezo a reconocer el paisaje.

Después de unos treinta minutos, giro a la izquierda en un camino largo y apartado. Un poco más adelante ya se ven las luces de la casa de la manada. Entro en el camino de grava y abro la puerta del garaje. Entro con suavidad, cierro la puerta con el control remoto y pongo la camioneta en estacionamiento. Los chicos empiezan a salir de los vehículos y caminan hacia la casa. Bajo del coche y estiro los brazos por encima de la cabeza, escuchando el satisfactorio crujido de mi espalda.

Tomo mis bolsos del maletero y subo las escaleras hasta llegar al pasillo de la casa. Es tarde, así que la mayoría de los que viven aquí están dormidos, aunque algunos todavía deambulan por ahí. Me saludan en voz baja y reconocen mi presencia con respeto. Empiezo a subir las escaleras hacia mis aposentos con el bolso al hombro. Dios, cuánto he extrañado este lugar.

Por fin llego a las puertas francesas que dan a mi suite y las abro con cansancio. Camino por el pasillo hasta mi habitación y dejo caer el bolso en el suelo, junto a la puerta. Bostezo ruidosamente y me dirijo al baño, quitándome la camiseta y tirándola al suelo. Abro el grifo y espero a que el agua se caliente mientras me quito los jeans. Cuando el vapor empieza a llenar el cuarto, me bajo los boxers y entro en la ducha, dejando que el agua caliente recorra mi espalda. Me enjabono rápido y salgo, atándome una toalla alrededor de la cintura.

Entro en mi habitación y me sorprendo al ver a alguien esperándome en mi cama.

— Gianna — digo, sonriendo.

Sacudo el agua de mi cabello y observo a la linda rubia parpadeando bajo sus largas pestañas. Gianna es una chica que… digamos, me ha hecho compañía y ha calentado mi cama. Ha habido otras como ella antes, pero ninguna se ha quedado más de dos o tres semanas. Gianna, sin embargo, tiene otros planes. Ella quiere quedarse.

— Amor, ya estás en casa. Por fin, te he echado tanto de menos — dice con voz melosa, frunciendo los labios en un puchero.

— Ya estoy en casa. También te he echado de menos — murmuro, caminando hacia donde está sentada en mi cama.

Me inclino y presiono mis labios contra los suyos con suavidad. Ella rodea mi cuello con los brazos y me jala hacia ella mientras se recuesta en mi cama. Gimo profundamente y le meto la lengua en la boca. Ella empieza a restregarse contra mí. Me parece repugnante. No tiene ni una pizca de respeto por sí misma, pero bueno, soy un hombre, tengo necesidades. Paso mis manos por sus muslos y le subo la minifalda hasta la cintura. Me arrodillo entre sus piernas y dejo caer la toalla, sin dejar de besarle el cuello.

Me despierto sintiendo un peso pesado pegado a mí. Abro los ojos y tengo la cara enterrada en un cabello rubio. Gimo y le quito los brazos de alrededor del cuello. Ella empieza a moverse y yo la empujo lejos de mí. Abre sus bonitos ojos azules y me mira parpadeando.

— ¿Beck ? Amor, ¿qué estás haciendo ? — pregunta, con el rostro lleno de confusión.

— Buenos días. Siento decirte, amor, que ha sido divertido. Pero lo nuestro… sí, no va a pasar. Tienes que irte — respondo con voz sin emoción.

Sé que parezco un imbécil, pero prefiero ser honesto con ella.

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