Estoy sentado al lado de la cama donde se encuentra Lisa, ella ahora está sedada, pero a veces parece tener pesadillas porque se empieza a mover inquieta.
- Hijo, ¿cómo está? - Tomé una fuerte respiración al recordar las palabras del médico.
- Los bebés están bien, pero ese infeliz abusó de ella - mi madre se tapa la boca ahogando un sollozo, me acerco a ella abrazándola con fuerza.
- Me casé con un monstruo, hijo, lo siento tanto.
- Mamá, no fue tu culpa. Ahora lo que debemos hacer es rodear mucho a Lisa, iniciar de nuevo con terapias psicológicas, ayudar con su trauma y rezar para que mi esposa vuelva a ser la misma de siempre.
- Ella es fuerte, sé que se va a sobreponer de este duro golpe - miro hacia donde se encuentra mi mujer y sonrío con algo de tristeza.
- No lo sé, mamá.
- Ten fe, hijo.
Escuchamos unos quejidos que de inmediato me alertan.
- Cariño - ella abre sus ojos, pero en ellos solo puedo ver miedo.
- ¡Mis bebés! - toca su vientre repetidas veces, pero yo la tranquilizo.