Naolia III

—Tengo una misión para ti. Algo muy importante en lo que no puedes fallar. En cuanto a la paga te diré que no tendrás que preocuparte por dinero en un buen tiempo.

— ¿A cuántos tengo que liquidar? —preguntó Murillo con menos emoción que si estuviese hablando de sus zapatos.

—A uno solo —respondió Gibaros mirándole a los ojos por primera vez desde que el hombre entrara.

 A Murillo no pareció importarle. Le daba lo mismo uno que ochenta, de todos modos no hacía otra cosa que mandar infelices al infierno todo el tiempo, por paga o por diversión. A los ojos de Naolia el asesino parecía mucho más atroz que en sus recuerdos. Su cara se había transformado en una mueca cruzada en todas las direcciones por cortes y cicatrices; huellas seguramente de sus múltiples batallas y prueba de su destreza y suerte en la pr

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